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Carlos GIL | Analista cultural

La espuma

La cultura en estado gaseoso configura una forma volátil de la importancia de su trascendencia. Los rábanos y sus hojas. El deseo atrapado por la cola picassiano que se convierte en simulación y simulacro. La cultura pasteurizada. En espuma. Con espumaderas como plataformas. Populares en su cuantificación, pero excluyentes por empujar hacia las afueras de los códigos culturales mayores a sus consumidores inmediatos, encontradizos, involuntarios o adictos. Cultura de bajo costo, cultura rápida, productos de mercado para las rebajas generales.

La crisis que todo lo tapa, que todo lo ampara y justifica. No se debe confundir valor y precio. Ni el tamaño importa. Pero sí la calidad, el interés verdadero, su discurso, la forma y la manera en la que toda esa oferta cultural se pone al alcance de la ciudadanía. Hasta el lugar. Por ello es el tiempo de la gestión cultural auténtica, la que procura hacer una programación coherente, activa, con los recursos minorizados. La que involucra, compromete y buscar puentes entre la creación y sus receptores para lograr la eficacia social y cultural de toda acción.

Aceptada la derrota, vayamos altivos hacia la victoria final. La del reconocimiento, la de la necesidad de la cultura como un elemento fundamental de la vida de cada individuo, la de la complicidad de una inmensa minoría porque sienten que nuestros cantos, nuestros bailes, nuestros poemas les conciernen y los hacen suyos porque les guiamos con nuestro arte en la oscuridad de la cultura espumosa, de franquicia, globalizada y de consumo turístico ofreciendo la alternativa más reconocible e identificable. La cultura sólida. De todos y para todos.

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