Víctor Moreno I Escritor y profesor
1512
El autor se refiere en este artículo a la conmemoración del quinto centenario de la invasión de Nafarroa y llama la atención sobre las lecturales diametralmente opuestas que se hacen de esa invasión por parte de las tropas castellanas. Al respecto, se pregunta si existe alguna otra efeméride a la que se atribuyan efectos tan magníficos y a su vez tan nefastos para el devenir histórico navarro. Asimismo, critica el oportunismo de Felipe de Borbón en su discurso durante la entrega del Premio Príncipe de Viana.
No diré que estoy hasta las cisuras leyendo lo que se está publicando sobre 1512, porque me anima un sentimiento contrario. Tanto que me gustaría que esta fiebre por evocar dicha efemérides continuara. Sería una pena que se terminara esta mecha discursiva. Al fin y al cabo, materiales sigue habiendo para satisfacer a tirios y troyanos. Además, la derecha, siempre que se le recuerda el pasado, se pone muy nerviosa y reluce su talante autoritario y revisionista.
Se trata de una polémica anunciada, pues a Navarra, desde que se hizo «cristiana antes de de Cristo», como decían los carlistas, le sedujo la práctica de cierto burdo maniqueísmo. Sólo que hasta hace poco sólo lo practicaban quienes heredaron las fustas de la guerra del 36. Ahora, la democracia nos permite ser maniqueos a los que nos acercamos a los hontanares de la historia, sea reciente o perteneciente al paleolítico inferior. Si la historia no sirviera para confirmar nuestras tesis actuales, ¿para qué invertir nuestro tiempo en ella? ¿Para buscar la verdad? Verdad es y será siempre lo que uno tiene por verdadero.
1512, o se trata de una «celebración» para quienes juzgan que Navarra entraba por el aro gozoso del destino universal de España y transformaba a los navarros en españoles, y, por tanto, forjadores concomitantes con los castellanos de la unidad de España, o se contempla como una conmemoración por quienes lamentaron que el Viejo Reyno dejaba de serlo para convertirse en una piltrafa institucional y un cero a la izquierda en el concierto internacional europeo. A la vista de lo cual, no cabe sino preguntarse: ¿Existe alguna efeméride causal como la de 1512, a la que se le atribuyan tan magníficas y, a la vez, nefastas consecuencias para el devenir histórico de Navarra?
Resulta tenebroso que haya tanta gente que se sienta al mismo tiempo muy triste o muy alegre por unos hechos que tuvieron lugar -porque ¿ocurrieron, no?- después de cinco centurias. Eso demostraría que Navarra ha sido muy melancólica y muy sentimental. Poco cartesiana y nada racional; mucho menos después de 1512. La gente cambia mentalmente poco o casi nada. La dialéctica que aquí circula no es de ideas, sino de adjetivos, de sentimientos, de prejuicios y de costumbres basados en la argamasa de hechos de hace quinientos años o, peor aún, de hace 76. Unos hechos centrifugados por el túrmix ideológico actual de quien se acerca como un ladrón a ellos.
Estaba cantado que la derecha navarra saliese por sus habituales fueros de la manipulación y celebrara 1512 en términos españolistas, y que la izquierda lo hiciera por la conmemoración, lamentando una y otra vez la gran mentira del Católico y sus secuaces. Da lo mismo que la documentación diga esto o diga aquello. Lo que importa es lo que los hodiernos agramonteses y beamonteses sostengan.
Ninguno de ellos duda de que lo que ellos cloqueen es lo que «realmente» sucedió. Y, por supuesto, las consecuencias que de tal hecho se derivaron son las que ellos establezcan. Como este apartado, el de las consecuencias, corresponde más bien al imaginario personal que a la ciencia, a mí me gusta sospechar que, si Navarra hubiera salido indemne de la brutal invasión militar del Católico, no solo disfrutaríamos ahora de la presencia de innumerables castillos en el paisaje, sino que, mucho mejor aún, entiendo que muy, probablemente, la peste del carlismo jamás habría tenido lugar en esta tierra, evitándonos tres guerras de mierda y una ideología de esparto que cabe en un papel de fumar; tampoco habríamos conocido la existencia de un periódico tan nefasto y tan artero como «Diario» y un fascista hitleriano como su director Garcilaso, y, menos todavía, una tan inmerecida como cruel guerra civil, y un Opus Dei tan chorizo como quienes le han permitido su desarrollo.
Entiendo que en una celebración o conmemoración, lo ideal sería, primero, contar lo que pasó. No lo que la gente interpreta que pasó. Se da un salto ramplón que evita que, quienes celebran o conmemoran, no se pongan jamás de acuerdo. Ambos dan una importancia extraordinaria a lo que consideran que sucedió. Y ambos creen a pies separados en el principio de causalidad histórica. Podría decirse que, del mismo modo que los obispos creen en el providencialismo teológico, estos se apoyan en un providencialismo histórico irredento. Tanto que llegarán a sostener que somos lo que somos por lo sucedido en 1512.
Y que, después de 1512, hubo vida. Eso, sí, una vida espléndida para los conquistadores y sus herederos actuales, y una vida catatónica para quienes se sienten aún agraviados por ese devenir histórico. Pero lo cierto es que nadie, que yo sepa, nos ha advertido de algo tan prosaico pero tan necesario de saber cómo fue la vida de las gentes después de 1512. Importa más saber si Navarra perdió de forma relativa o absoluta su soberanía institucional que conocer si la vida cotidiana de los navarros, después de convertirse en españoles por la gracia de Dios y la voluntad traidora del Católico, fue mejor o peor. ¿Pasaron más hambre o la colmaron con más facilidad? ¿Pagaron menos impuestos? ¿Accedieron con mayor facilidad a los comunales, para cazar y coger leña? ¿Aumentó o disminuyó el índice de criminalidad? Y la demografía, ¿se resintió o avanzó en progresión geométrica? ¿Aumentó el índice de alfabetizados? Y las instituciones, además de recopilar leyes y ponerlas bonitas, ¿se acercaron más a los pueblos, a los ayuntamientos, a los ciudadanos?
Lo peor que puede suceder con estas efemérides es dedicarse en plan rapiña a rescatar unos hechos, y derivar de ellos unos interesados conocimientos como instrumento de coacción interpretativa, tal y como hizo el oportunista Borbón en la entrega del Premio Príncipe de Viana, sin que se le cayera a trozos el careto.
En la actualidad, y dado nuestro canibalismo ideológico, acercarse al pasado en plan adánico, no sólo es imposible, sino que será tenido como ingenuidad o como vulgar historicismo. Son muy pocos los historiadores que puedan escaquearse del sambenito de proxenetas u ordeñadores del pasado. En algunos, esta mácula nunca ha desaparecido de sus investigaciones. Meten las narices en los archivos con el exclusivo intento de justificar y apañar su ideología actual. Como el oportunista que le escribió el discurso al Borbón.
Hoy, el pasado solo recobra sentido si se lo da el presente. No posee un discurso propio y una narración autónoma. Tanto que, leyendo algunos textos, se puede inferir que 1512 importa no por contar lo que realmente pasó, sino por las supuestas consecuencias políticas que acarreó en siglos inmediatos y, ya es decir, en la actualidad.
Es posible que todos seamos hijos y nietos de 1512, pero habrá que convenir que unos lo son, o lo parecen, más que otros. Lo que, bien mirado, no los hace peores o mejores ciudadanos actuales. ¿O, sí?