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Ainara Lertxundi | Kazetaria

Memorizar para no cambiar nada

Las pruebas de selectividad acaban de terminar. Son días de nervios, de poco comer y dormir, en los que no faltan unas cuantas tazas de café. La sensación y, en parte, la realidad de que uno se juega su futuro invaden a miles de estudiantes, y más en esta época de angustioso panorama laboral. Se la juegan todo ante un montón de folios que leen deprisa en busca de aquellas respuestas que les pueden ayudar a salir airosos de este trance. Y, después de ese primer contacto, es cuando entra en juego la capacidad de memorizar de cada uno, de recitar mentalmente como papagayos lo que se ha ido adquiriendo durante meses de estudio, porque lo que de verdad se pone en juego es su memoria y no tanto sus conocimientos y capacidad de desarrollarlos de manera autónoma y reflexiva. La selectividad es la punta del icerberg de un sistema educativo que sigue manteniendo el mismo enfoque que hace varias décadas.

Nuestro cerebro se especializa en memorizar los más diversos temas, desde la tabla de valencias químicas, las fórmulas de física o matemáticas, el tipo de columnas en los imperios griegos y romanos, las conjugaciones de latín y un interminable etcétera. Quizás todos esos saberes conforman lo que comúnmente se denomina cultura general, puede ser que hasta sean necesarios, y quién sabe si hasta algún día les acercarán a un puesto de trabajo, pero lo seguro es que la metodología sigue siendo obsoleta, porque la memoria dura lo que dura y dos días después del examen nadie se acuerda de lo que tan solo 48 horas repetía sin vacilaciones.

En una encuesta realizada a adolescentes, estos critican, precisamente, la obligación de «memorizar, retener y repetir como loros lo que sea» y que sea esto exclusivamente lo que sustente la puntuación obtenida. Resulta curioso comprobar cómo ven tan claro un déficit en el que los adultos parecen no reparar. Y es que en esa nota seguirá sin registrarse el valor real de ese alumno o alumna: su capacidad de análisis y crítica, su visión del mundo, su capacidad de transformarlo... Es decir, todo eso que no le interesa al sistema.

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