Arantza Santesteban | Historiadora
Vigilar y castigar
Nos han vigilado y castigado hasta la saciedad y, desgraciadamente, no estamos en condiciones de decir que esta sea una dinámica que pertenezca al pasado, ni tampoco que únicamente se desarrolle en Euskal Herria
Foucault decía que los sistemas más brutales de control policial y militar están asociados a periodos de transformaciones culturales profundas, por lo que el cuerpo que agencia estas transformaciones es vigilado y castigado para dejar precedente no solo sobre el hecho considerado delito, sino más bien sobre el peligro de lo que sea o pueda llegar a ser. Es así como se construye una normatividad perversa, que en su expresión totalitaria actúa indiscriminadamente sobre aquellos a los que acusa.
En Euskal Herria sabemos algo sobre el citado principio foucaultiano. Nos han vigilado y castigado hasta la saciedad y, desgraciadamente, no estamos en condiciones de decir que esta sea una dinámica que pertenezca al pasado, ni tampoco que únicamente se desarrolle en Euskal Herria. En los últimos meses, Barcelona está siendo objeto de políticas represivas que recuerdan las continuamente ensayadas en nuestro pequeño y castigado país.
Como muestra, algunos ejemplos. A comienzos de mayo de este año, Barcelona se blindó, literalmente, para recibir la cumbre del Banco Central Europeo. Más de 8.000 agentes de los distintos cuerpos de seguridad tomaron las calles en una ocupación policial sin precedentes. De esta forma, se fueron sucediendo los días entre identificaciones masivas en las todas las vías de acceso a la ciudad y bajo helicópteros policiales que día y noche surcaban los cielos y, en algunos momentos, también nuestros corazones.
Aunque una ya haya asistido a secuencias de ese tipo, he de decir que el hecho de que una gran urbe como esta se militarice de forma desmesurada en tan solo unas horas, cuando menos, impresiona.
Toda esta ocupación policial venía precedida por la última huelga general del 29 de marzo, que se saldó con un centenar de heridos y cerca de 200 procesados, para algunos de ellos con resultado de prisión preventiva.
No quedó ahí, ya que hace unos pocos días dos personas más fueron arrancadas de sus casas y enviadas a prisión por hechos relacionados con la mencionada huelga.
Es curioso comprobar cómo las estrategias represivas se adaptan e intensifican según el lugar, el momento o la situación que pretenden combatir. El lunes, Fernández Díaz se acercó a Barcelona para legitimar verbalmente la mencionada estrategia represiva. El ministro advirtió de que lo peor que puede pasar es que la emergente «violencia urbana» que se viene desarrollando en Barcelona se convierta en «kale borroka» y, ya de paso, se animó a clasificar a los enemigos a combatir para recuperar el orden y el civismo; los antisistema, las bandas juveniles y los aficionados radicales. Un amplio abanico donde cualquiera que muestre su desacuerdo con el orden establecido y con los profundos cambios socioeconómicos que se prevén puede caber. Sin duda, se trata de una estrategia represiva en busca de enemigos sobre los que actuar. Y, sin duda, actuarán para aplicar por enésima vez la misma receta, vigilar y castigar. Menos mal que algo ya vamos aprendiendo.