Las razones por las que algún ser humano se convierte en pocos meses en un fenómeno de masas, o al menos en un producto de consumo televisivo que aparece en todos los canales y provoca una extenuación contemplativa, no las debe conocer nadie que no pertenezca a una secta secreta que se reúne en algún planeta ignoto. Una vez tomadas las decisiones, sí comprendemos los métodos para colocarlos por todos los programas y saraos, acaparar portadas y convertir a esos ídolos de pies de barro y cerebro de plastilina en presencia obligada y constante.

El último en aparecer es Mario Vaquerizo que viene a sustituir en un estadio de la opinión pública maltratada a Belén Esteban. Es de otro rango, tiene una personalidad mucho más adaptada a los nuevos tiempos y su versatilidad política forma parte de su propio modelo de producto de consumo rápido. Así lo acabamos de ver junto a Esperanza Aguirre, la fascista de la laca loca, y no desentonaba para nada. Su estética viene a ser el eslabón perdido de una iconografía gay ya en desuso, pero que se reinventa a partir de una customización de sus propias actitudes y banalidades que lo van transformando en un perchero con pulseras.

El famoso Mario Vaquerizo, es consorte de la artista Olvido Gara, conocida como Alaska, con la cual está matrimoniado, y hasta comparte escenario en ocasiones. Es un dúo, pero el que ahora vende perfumes es él, un ser que habla con una afectación que sobrepasa cualquier plumaje, que opina de arte con una superficialidad principesca, pero que ha sabido vender su pelo, seguramente hará competencia en los anuncios a Sara Carbonero, su estilización post-pop, y su nadería intelectual, que ayuda a colocarse en el epicentro de un discurso alienante, perteneciente a una estirpe de productos televisivos que se difumina siempre en el plano orto, aunque logre escalar peldaños en los lotes de entradas para entrara en todos los bares de moda de la noche madrileña. Un modelo de comportamiento extravagante, pero anodino y sin nada de rechazo por lo establecido, lo que sirve para hacerse los medios y los políticos los modernos, ante esta antigüedad tan bien conservada.