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Mursi, ante el riesgo del «atado y bien atado»

Tras unas semanas de confusión y turbulencias, finalmente el candidato islamista de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, ha sido declarado primer presidente del Egipto posrevolucionario. Con un 51% de los votos, supera al ex primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafiq, y pone fin -de momento- a días de especulaciones en medio de una división y polarización crecientes. Nada más conocerse la noticia, la emblemática plaza Tahrir fue testigo de una explosión frenética de felicidad. Pero esa comprensible euforia inicial se evaporará y se harán visibles las difíciles circunstancias a las que Mursi tendrá que hacer frente, con una ciudadanía cansada e impaciente, unos generales que dirigen los hilos de una transición ad infinitum y una economía en barrena.

El nuevo presidente llega en medio de un vacío institucional y a un puesto desprovisto de poderes. Sin una constitución que defina sus atribuciones, que asigne y distinga el poder ejecutivo del legislativo, con un parlamento disuelto, en un ejercicio de asombroso descaro, por la omnipresente Junta Militar que se guarda para sí un papel clave en la futura redacción de la Carta Magna, libre de cualquier fiscalización de sus turbios negocios que monopolizan gran parte de la economía. Todo indica que tras la proclamación de ayer -después de negociaciones secretas entre los generales y los islamistas-, Mursi parece haber aceptado como mal menor el hecho de que donde reside el verdadero poder no es precisamente en el puesto de presidente. La Junta Militar, apoyada por poderosos intereses del régimen anterior en los negocios y los medios de comunicación, no ha cedido el control. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que el nuevo presidente vaya a ser una marioneta a su servicio.

La transferencia de poderes -que tiene similitudes con la llamada transición española- llega en un momento crítico para la revolución de Egipto. El resultado final es incierto y todo puede pasar. Un fracaso en la transición de Egipto tendrá consecuencias de largo alcance, en toda la región. Supondría una quiebra hiriente de la promesa de cambio de la Primavera Árabe. La revolución no será tal si los generales lo tienen todo atado y bien atado.

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