CRONICA | EL AMBIENTE ESTUVO EN LA CANCHA
El día que el gentil Aimar sacó de sus casillas al titán Irujo
Era, decían, la final de las finales. Los dos mejores del momento y de los últimos tiempos. Y al final ganó el gentil y perdió el titán. Aimar fue gentil en la cancha, Irujo titán fuera de ella. Solo hubo un color, el rojo del de Goizueta. Solo hubo un pelotari.
Joseba VIVANCO
Cuenta la leyenda sobre el origen de este deporte que los gentiles se servían de enormes bloques de piedra para jugar con ellos a la pelota. Ayer, en la final de las finales, el gentil fue Aimar Olaizola. Un «bailarín fabuloso», que diría el gran danzante ruso Vaslav Nijinski cuando vio por primera vez un partido de pelota. Suyo fue el juego, suyo fue el triunfo, suya fue la pelota. Siempre a su merced, un desatado Juan Martínez de Irujo, peleado contra sí y contra el mundo cuando se encierra entre las dos paredes del frontón. Como ayer. Eran el novio que toda madre quiere para su hijo, frente al novio que toda hija quiere. El zorro frente al león. La ciencia frente al caos. Aimar frente a Irujo. Una final en cada pelotazo, una final en cada tanto. Así se vivió en su primera parte. Cobró ventaja Aimar, se vio pronto al mejor Irujo; volvió a adueñarse de la pelota Aimar, se desesperó un impotente Irujo.
Una final sin historia porque solo hubo un campeón, una final incluso sin pancartas, una final que más que un uno contra uno parecía un uno contra sí mismo: Irujo contra su furia interna; Aimar contra sí mismo, superándose a sí mismo, jugando como nunca, con la fuerza de los gentiles, a dos manos, cruzando la pelota, impertérrito ante la cercanía del cartón 22, ante los arrebatos de su rival, ante su insultante superioridad. Era su momento o como dijo el jesuita italiano San Luis de Gonzaga, «si el fin del mundo debiera acaecer dentro de cinco minutos, seguiría jugando a la pelota». Si hubiese sido ayer ese fin del mundo, Aimar, seguro, hubiese seguido jugando.
No había ayer en el Frontón Bizkaia el bullicio de los riojanos de la final del parejas, y eso que se preveía lleno. Calor fuera, calor dentro. Sin prisa, la grada se va copando, entre corrillos y trago largo. Pasadas las cinco y media de la tarde, salta entre aplausos Aimar, de rojo, directo al txoko; detrás, a pocos metros, Irujo, de azul, al ancho. Pelotean ante la atenta mirada de sus botilleros. Aimar se acerca a remojar la garganta. Alguien saluda a Irujo desde el rebote, le mira y ni se inmuta. Casi es la hora. Pelotaris a sus puestos. Es el sorteo. La chapa, el azar, sonríe azul, sonríe al de Ibero. «¡Aupa Juan!», se escucha desde una grada huérfana de pancartas por expresa prohibición de los organizadores. Los pelotaris se saludan. Saca Irujo, resta Aimar, media docenas de pelotazos y primer tanto para rojo.
Irujo se va del partido
El de Goizueta gana el saque y la pelota. Se toma con calma la elección, mientras Irujo sigue pensando en su excesiva pelota al ancho. Zorro Aimar. Se alarga más el parón que el tanto. Golpea Aimar. Tanto de saque. Cae otro. Y otro más. «¡Mucho Aimar!», anima un seguidor. Justo cuando en el siguiente peloteo se le va fuera y el frontón agradece el primero de Irujo. Resuenan los «¡Irujo, Aimar!». Descanco y a los botilleros. 4-1 para el de Goizueta. Saca Irujo, peloteo y se le va al cielo. Cada pelotazo es una final. Las pelotas de Aimar salen endiabladas. Irujo reacciona. Hace su segundo y ruge el frontón. Hace el tercero, aprieta los puños y reta al mundo. Suelta toda su rabia. Y hace el cuarto. Su mirada da miedo. Y con una dejada a dos paredes el quinto. Grande Juan. Se pone por delante de saque y hace el séptimo con un pelotazo. Grande Irujo. Se enjuaga la boca y escupe al piso. Estado puro.
Saca Irujo, resta Aimar, cruce de pelotazos, `tanto jodido' dice la cátedra. Gana Aimar. Se sienta. Irujo no para, no descansa, no se puede estar quieto. Con cada mirada en alto reta a quien se la sostenga. Aimar, siempre cabizbajo, siempre en su mundo de dos paredes, a lo suyo. Empata en el marcador. 7-7. Se acabó el partido. Con el octavo en contra Irujo echa sapos por su boca. Con el noveno echa las culebras.
En su contra caen un tanto tras otro. En el 13, con todo a su favor, la manda alta, a la chapa. Se acuerda del de arriba. Y uno tras otro, con cada tanto de Aimar, la frustración de Irujo crece. Con cada fallo, un diablo se le lleva. Hasta que llega el tanto 17 y un Irujo que hacía tiempo se había ido del partido, descarga toda su ira contra una silla, que salta en mil pedazos, los mismos pedazos en que hacía rato habían saltado sus esperanzas de txapela. Enrabietado, desatado, agarra y lanza contra el suelo el cartón negro mostrado en señal de falta por el juez. El gentil mandaba en la cancha, el titán se desatada fuera de ella.
Fue el canto del cisne del de Ibero. Un pelotari dijo una vez que una pitada en el frontón es lo más feo que hay. Juan Martínez de Irujo se la ganó. Ni siquiera el apoyo de sus más incondicionales, que los había y muchos, pudieron meterle en el partido. En el tanto 19 en contra, con una pelota otra vez a la chapa, lo dijo todo con un expresivo «a tomar por el c...». Desafiante, con la vena borboteando en su frente, caía a los pies de un Aimar siempre con la cabeza baja, la mirada en la pared, en la pelota. Aplausos para su último saque. Intercambio de pelotazos, Irujo la rompe y falla. Aimar salta, Irujo aplaude y le felicita. El campeón en el centro de la cancha, el finalista a vestuarios. El podio les aguardaba. El gentil se colgaba otra txapela; el titán, a su lado, sonreía y hacía confidencias al campeón. Mister Hyde había mutado en el doctor Jekill. Defraudó la final, defraudó Irujo, pero se encumbró a un insuperable campeón. Gentil.
¿Más fácil de los esperado?, le preguntaban al nuevo campeón del Manomanista ya en sala de prensa. «Sí, si me dicen el día antes que gano 22-7 ni me lo creo», fue su respuesta. Llegó sudoroso, después de haber abrazado -o casi, porque entre `pucheros' solo quería irse con su tío Asier- a su pequeño Irai, pero siempre con el ceño fruncido, liberándose las manos. Y fue fiel a su discurdo habitual, ese que, como repitió ayer, dice que «lo importante en estos partidos es ganar y si encimas juegas bien, mucho mejor». Y es lo que sucedió ayer en el Frontón Bizkaia de la capital bilbaina. «Lo he hecho todo bien, así que perfecto», se mostraba satisfecho, pero siempre dentro de su saber estar. «Con un contrario como Juan ni lo hubiera pensado porque son partidos siempre complicados. En estos partidos lo que vale es ganar y si después es de esta manera, mucho mejor», explicaba Olaizola II.
El de Goizueta reconoció que desde el principio se encontró bien sobre la cancha, a pesar de los asumidos nervios previos al partido. «Lo importante es estar bien ese día y en ese momento», contestó al ser cuestionado sobre el partidazo que había desplegado. «Es difícil comparar con cuándo he estado mejor, cada uno tiene sus momentos mejores y peores, pero yo en los dos últimos partidos me he encontrado muy a gusto», añadió en su discurso posterior al encuentro.
Aimar también dio las claves en las que a su juicio se basó su holgada victoria. «He ajustado mucho la pelota a la pared, tanto en los saques como en el rebote. Pero la clave ha sido cruzar la pelota en el peloteo». Llegaba en un buen momento y lo certificó de manera inmejorable en la final. Una final más, un título más. «Sí, es una txapela más -con las que iguala a otros grandes como Gallastegi o Eugi en el Manomanista-, pero a eso no miro. Yo tengo que seguir trabajando, quizá cuando me retire o me echen me dé cuenta de ello. Por edad y por estado de forma puedo tener opciones de ganar alguna otra...», confió.
El delantero de Goizueta sí que quiso darle un especial valor a su tercera txapela del Manomanista, ya que una lesión en el brazo derecho, que le obligó a aplazar su partido de cuartos de final, «casi me deja fuera del torneo sin jugar». Lo pasó mal ante Retegi, pero se rehizo en semifinales y se ha superado en la final. Después de aquellos dolores, «me he recuperado bien. No he notado molestias y creo que haber estado tres o cuatro semanas sin tocar la pelota con la derecha me ha venido bien para refrescar el brazo y recuperar la chispa. No soy consciente de lo que he conseguido hoy», confesó
No quiso entrar Aimar en el partido de su rival, ni siquiera en sus arrebatos contra una silla y un juez. «Con lo mío tengo bastante, estando concentrado no piensas en lo que hacen los demás», se limitó a señalar. Una victoria que tenía previsto celebrar, cómo no, en una sidrería, pero que antes quiso dedicar a «los dos nuevos pequeños en la familia», sus sobrinos Amets y Maren, los gemelos de Asier y su mujer Goretti. «Va por ellos», se despidió el nuevo campeón de campeones. J.V.
¿Decepcionado?, era la primera pregunta para Juan Martínez de Irujo tras la final. «No, para nada. Dolido por perder una final 22-7. Algo más sí que podía haber hecho, pero jugando contra un Aimar así, pocas opciones. Me ha regalado una pelota al ancho y poco más. Y a partir del tanto siete he tenido tres o cuatro ocasiones para darle la vuelta al tanto y no lo he hecho. Poco más. Desde el saque hasta cuando atacaba yo, me ha desbordado».
Fue su resumen de un partido en el que casi nunca estuvo el de Ibero y eso que aseguró que dentro de la cancha veía a su rival más cansado que él. «Yo estaba hoy para hacer un buen partido, pero me he encontrado a un mejor Aimar, que ha sido superior y hay que felicitarle. Me ha superado en todo... las echaba a la pared, que es que no podía ni meter la mano», confesaba sin excusas el subcampeón. Una derrota abultada y en la que Irujo confesaba que «estando yo tan bien, nunca me habían superado de esta manera. Yo me encontraba a gusto, pero es que Aimar como está ahora, no ha estado nunca».
Y en esa misma línea, ya más relajado, prosiguió en su balance de lo sucedido minutos antes en la cancha. «Me ha ganado desde el principio hasta el final, no me ha dado opciones para nada», admitía un pelotari que también explicaba que «yo estaba bien para jugar, la pelota me salía de la mano, le he dado buenos pelotazos al aire, he estado agresivo...». Incluso habló de algún momento de mala suerte al referirse a algún pelotazo «con toda mi alma» que soltó a la chapa. Irujo defendió que sí que estuvo metido en el partido. «Me he puesto 7-5, estaba metido de lleno», se reivindicó.
Fue ahí, precisamente, un tanto que Juan seguía sin olvidar. «Aimar ha ido a beber agua, yo he ido después, me he apoyado en la silla y el señorito de la mesa coge y levanta la cartulina por apoyar el pie en la silla. Aimar ha ido tres o cuatro veces a beber agua, otras tres veces a probar las pelotas y sacar la misma y no pasa nada. Yo me apoyo en la silla y me sacan descanso, Aimar se ha sentado, se ha recuperado de maravilla y me ha hecho 17 tantos seguidos por ese parón. ¿Me hubiera ganado? Sí, pero el partido hubiera cambiado completamente... Están ahí en la silla y a veces no hacen más que el tonto». Y sobre su arrebato, escueto: «Estaba cabreado conmigo mismo y he roto la silla. Ya está». J.V.