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Carlos GIL | Analista cultural

Noche

Con un pócima Puck ayuda a su dueño Obrerón para camelar a Titania reina de las hadas, recelosa, esquiva. Sucede en esa noche larga, de acceso al verano, con los enamorados en el bosque y los cómicos menestrales apareciendo con ese tono zumbón del mejor Shakespeare. Una noche que se acorta porque se hace día, donde los sueños se encabalgan con la vigilia prolongada, en los que las hogueras simbolizan un cambio, una transición. Noche llena de señuelos para confundir a los heridos por el amor, burros placenteros, relinchos de solfeo básico y conmovedor, anuncio de libertades, con la primorosa fruta madura esperando su sacrificio generador de idilios.

Noche de luz en la que la señorita Julia se enciende, se abrasa atraída por la portentosa mirada de macho en celo de su sirviente. Strindberg nos pone en primer plano una cocina, pero en el fondo se escucha, se palpa, se huele, una de las grandes fiestas nórdicas en donde no se pone el sol. Luz perpetua para iluminar a unos personajes que luchan entre sus instintos y sus condicionantes sociales, una pátina de tierra en ebullición pisada por pies de seres que se dejan llevar por otros duendes hacia el territorio de la ensoñación, del deseo, de lo intangible.

Nit de San Joan que Dagoll Dagom y Sisa convirtieron en un espectáculo teatral de primera magnitud convertido en un manifiesto pop de la identidad barcelonesa a ritmo de son y burbujas de cava. Noche cultural por antonomasia, basada en un solsticio que enmarca la vida real en connivencia con la propia naturaleza e incentiva la imaginación. Noche desperdiciada en fútbol, bailes de salón y fogatas que huelen a barbacoa. Noche de ronda.

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