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Anjel Ordóñez | Periodista

El minero, una especie en extinción

Lo han dicho los mineros del carbón hace solo unos días: «No estamos indignados, estamos hasta los cojones». No tengo nada contra el movimiento del 15M y sus protestas pacíficas, vaya por delante, pero resulta que me alegra sobremanera escuchar las cosas dichas en lenguaje llano y claro. En roman paladino, sin medias tintas, falsos requiebros ni fingidas correcciones. Los mineros están acostumbrados a romperse el alma y dejarse la vida para arrancarle a la tierra lo que con celo ha guardado durante millones de años. No les asusta tragar polvo a paladas, ni poner en riesgo su integridad y la tranquilidad de los suyos en un trabajo extremo, de esos que muchas veces terminan por matar. No se amilanan, porque es su forma de ser, porque antes que ellos lo hicieron otros como ellos, porque probablemente les corre por las venas. Y porque son de otra pasta. Quizá más negra por fuera, pero en sus entrañas infinitamente más limpia y noble que la seda de muchas corbatas. Que la inmensa mayoría de ellas, diría.

Aprecio a los mineros. Porque no se acojonan, aunque estén hasta los cojones. Y porque cuando alguien se los toca de mala manera, se echan el corazón a la espalda y se parten la cara con quien haga falta. Sin miedo a la porra y la pistola al cinto, sin dejarse cegar ni embaucar por ningún reloj suizo robado -ustedes ya me entienden-. Porque el minero es paciente, bien por naturaleza o bien porque el oficio no es dado a ligerezas ni apremios. Pero, amigo, consumida la paciencia, al minero le cuesta menos que a nadie hablar en voz alta y no le tiembla el pulso al jurar guerra y sangre en las cuencas. Y vaya si cumple. Apela al diálogo, claro está, pero no soporta la cháchara vacía, ni aún menos el cínico prontuario de la promesa amañada.

Los mineros, tal y como gira el mundo, están muy arriba en esa larga lista de especies humanas en peligro de extinción. Y lo han comprendido con claridad meridiana: nadie va a hacer por ellos lo que ellos no hagan por sí mismos. En ese camino no son los únicos, pero de momento, están entre los más contundentes. Y si les tocan los cojones, no van a quedarse ni un solo instante mirando la jugada. No señor. Acaso sea el camino.

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