Como a todo el mundo -quitando a los rancios-, me gustan los chistes, aun a pesar de que, salvo el que contaba mi sobrino de «va una aceituna, se cae por las escaleras y se rompe el hueso», todos buscan el golpe de risa a golpe de machismo, racismo, desgracias ajenas y otros demonios y, si quitamos del escenario gitanos, suegras, tartajas, los de Lepe, los de Bilbo y la aceituna, no hay chiste. Por eso me pareció genial, libre de tópicos y típicos, el de los riojanos de UPyD. «¿Por qué no crear una región, denominémosla Ebro Región, que comprendiera a Navarra, La Rioja y Aragón? Se podría pensar, incluso, en agrupar también a Burgos y Soria». Los de su propio partido, como son de esos rancios que decía antes, se lo tomaron en serio, hicieron como que se enfadaban y así. Pero yo no creo que sea en serio. Como chiste, puede que los haya mejores, pero como en serio, es de muy mala leche y pésimos conocimientos geográficos. Pero si así fuera, ¡ni hablar! Primero: porque esos planes integracionistas ignoran otras regiones con las que compartimos mucho más que con Soria; a saber: una misma identidad -fluvial-, raíces que se hunden en el mismo cauce, cantos rodados que también, y que siempre llueva en vacaciones: O sea, Cantabria. (Por lo de la lluvia también podría ser Zarautz, pero le falla el Ebro). Segundo: porque nadie nos garantiza a los navarros que esta incorporación voluntaria (se ve que cada 500 años, toca) no va a terminar con nuestras mejores señas de identidad: la denominación de origen. Y tercero y lo más importante: porque el Ebro no pasa por Soria. Me queda la duda de si la ocurrencia de la Ebro Región responde a unos verdaderos bromistas o unos auténticos cretinos.