Leo en Desnivel la muerte de un escalador inglés ahogado practicando el llamado «psicobloc» en Cala Serena, Mallorca, y no es el primero. Esta especialidad consiste en escalada «en solo», de una pared rocosa sobre el mar. Una caída supone una dura inmersión y, si el escalador es hábil en cuestiones acuáticas… pues vaya, teniendo en cuenta que a veces la altura puede ser considerable. Un planchazo descontrolado desde unos 10 metros te puede dejar más noqueado que Rajoy –por no decir nosotros– ante la Comisión Europea, ya que luego hay que poder salir nadando del embrollo. Aparte de saber escalar, hay que hacer el pez... y bien.
Teniendo en cuenta mis habilidades acuáticas, estoy seguro de que yo subiría al menos un grado mi nivel de escalada, todo antes que caer en tal elemento líquido. Por si acaso me equivoco en mi apreciación, tengo el buen sentido de no acudir a este sistema de desarrollo de mis aptitudes.
A mitad de junio un atrevido yanki, un tal Nik Wallenda, cruzaba sobre un cable las cataratas del Niágara en poco más de 25 minutos, promocionado por la cadena de televisión ABC americana. ¿Objetivo?, las cuatro mil entradas vendidas por la empresa para asistir al evento. No se dice nada de lo que cobró. ¡Buen slackline, sí señor!
Hace pocos días un sujeto provisto con mochila caía al vacío escalando entre el primer y segundo piso de la torre Eiffel, desoyendo las órdenes de los bomberos desplazados al lugar tras enterarse de la aventura. Vivimos en época de funambulismos, aunque estos no son los peores.