Censura
Carlos GIL
Analista cultural
Atención: algunos hemos vivido en nuestras propias carnes las actuaciones directas de los operativos represivos de las juntas de censura previa. Cualquier obra de teatro debía pasar previamente por la mesa de unos señores que con sotana, correajes militares, camisa azul o simple desvergüenza colaboracionista con el régimen franquista, opinaban, cortaban, mutilaban, manipulaban los textos hasta hacerlos irreconocibles. Toda obra literaria, todo periódico o revista, todo guión cinematográfico. Todo pasaba por ese cedazo. Después llegaba la censura visual: odiaban las banderas, los vestuarios y maquillajes que recordaran la época.
Censura en estado salvaje. Una censura que se inoculaba en los creadores que acababan autocensurándose para prevenir males mayores. Después fue adoptando otras maneras, otras formas. Pero siguió existiendo. Una de las formas más habituales en el mundo del arte y la cultura es la censura económica. Quitar una ayuda, suspender unas actuaciones, prohibir una exhibición, quitar publicidad, cerrar una exposición, no subvencionar un montaje teatral, una coreografía, por la razón que sea, es una manera de mutilar, de impedir la creación en plena libertad. De censurar, para ser claros.
La última censura conocida es la sufrida por la película «Ventanas al interior», en la que se habla de presos vascos. En esta ocasión se ha llegado a lo más extremo: si se recibía la ayuda municipal, amenazaban con ilegalizar una formación política. ¿Existe mayor desfachatez y grado de censura? ¿Dónde están las gentes de la Cultura? Calladitos, mirando este atropello como monos en una jaula esperando que lleguen los censores y les lancen cacahuetes.