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Arantza Santesteban Historiadora

¿Qué hay bajo la tiranía del bikini?

No se trata tanto de tomar las decisiones que sean más o menos correctas, sino de comprender por qué decidimos las cosas. Entender qué es lo que subyace bajo la dichosa acción de probarme los bikinis cada verano

El otro día me sorprendí rescatando de los cajones donde se guardan las cosas de la temporada anterior, los bikinis para este verano. Ensimismada en ello estaba cuando de pronto me asaltó una de esas alarmas internas que a veces operan y nos avisan de que algo no va del todo bien. Pude detectar cierta desgana en mí, de esa que se siente cuando algo no deseado se sabe que puede suceder. Lo admito, me da pereza probarme la citada prenda, ya que me pone en la antesala veraniega en la que piscinas y playas se convierten en pasarelas populares donde sacar a lucir nuestras carnes. En ese momento atravesó mi cabeza el eslogan de «operación bikini» y es cuando la alarma comenzó a pitarme con intensidad grave y en claro ascenso.

En un intento de trascender los mecanismos inconscientes que a veces se apoderan de nuestras mentes, me acordé de algunas encuestas que he leído últimamente y que han llamado mi atención. En una de ellas se hablaba de que en el mes de mayo aumentó en un 150% la matriculación en gimnasios y que el citado aumento era protagonizado por una elevada tasa de mujeres. En otra, se ofrecían datos de personas que habían conseguido dejar de fumar y se concluía que las mujeres abandonan el hábito en menor medida debido a que el hecho de dejarlo produce un aumento de peso considerable. Pero la que más llamó mi atención fue otra, de menor rigor científico, pero que a pesar de ello, intuyo que no estaba muy lejos de la realidad. La citada encuesta planteaba que uno de los mayores motivos de estrés en las mujeres en estos meses preestivales es la necesidad de perder peso, y que los trastornos de alimentación aumentan el porcentaje justo al calor de estas fechas.

En esta sociedad en la que vivimos, posmoderna para algunos, difícilmente clasificable para mí, la colonización no es un concepto que únicamente se desarrolle en términos geopolíticos; también se desarrolla en nuestros cuerpos y en nuestras voluntades. Este sigue siendo un sistema basado en la explotación, en este caso corpórea, que no utiliza cadenas y látigos, y que sustituye estos elementos por nuestra propia mente que actúa, en muchos casos, como aparato hostigador. Es la sociedad del espectáculo consumista, donde ya no importa tanto qué se es, sino qué se parece. Donde el cuerpo, y nuestra apariencia física, se convierte en el centro referencial a través del cual nos relacionamos con lo externo. De esta manera, establecemos nuestra posición respecto al canon de belleza oficial y tomamos decisiones que en ocasiones no solo tienen que ver con cuestiones como la salud o el buen hábito, y sí con la forma en la que hemos decidido posicionarnos respecto a ese modelo generalizado.

En realidad, para mí, no se trata tanto de tomar las decisiones que sean más o menos correctas, sino de comprender por qué decidimos las cosas. O sea, que se trataría de entender qué es lo que subyace bajo la dichosa acción de probarme los bikinis cada verano.

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