CRíTICA: «El secreto de los 24 escalones»
Excursión aventurera y fantástica para preadolescentes
Mikel INSAUSTI
Santiago Lapeira tiene perfectamente asumido que la crítica se le va a echar encima por su película «El secreto de los 24 escalones» (o, por lo menos, eso quiere creer), pero él está a otra cosa, consciente de que la suya es una opción respetable dentro del mercado, dirigida a captar la atención del público preadolescente. No tiene otras ambiciones, motivo por el cual se sitúa a espensas de un limitado presupuesto que ha debido rondar el millón y medio de euros, sin poder competir en su terreno con éxitos de taquilla mucho más publicitados como «Tengo ganas de tí». Si Fernando González Molina ha contado con Mario Casas, él se apoya en la presencia estelar de Maxi Iglesias, él único del reparto que no ha necesitado doblarse porque rodó en castellano, mientras los demás lo hacían en catalán.
El doblaje perjudica seriamente a los otros tres componentes del cuarteto principal: Aida Flix, Ona Casamiquela y Albert Adrià. Le resta naturalidad a sus interpretaciones, por culpa de unas voces demasiado desarrolladas para jóvenes de 17 años. Cuanto dicen suena falso, tanto como la caracterización del protagonista, al que siempre obligan a aparentar menos edad de la que realmente tiene. Forma parte de un tipo de servidumbre televisiva que también se extiende a la gran pantalla.
«El secreto de los 24 escalones» es una aventura fantástica filmada en bellos paisajes del Pirineo andorrano, tanto en cuanto desarrolla una vieja leyenda del lugar. Se centra en la existencia de un cementerio templario, que guardaría un valioso tesoro destinado a la creación de una Iglesia más pura. Santiago Lapeira hace derivar dicho mito medieval hacia las tramas conspirativas vaticanas a lo Dan Brown, con la historia de los cátaros tratados como herejes. Del estudio de tales pormenores se ocupa un ermitaño, que informa de sus hallazagos al grupo de excursionistas. Lo que empieza siendo un juego se complica con la aparición de unos ladrones de obras de arte, nada comparado con las presencias del más allá invocadas mediante la tabla de ouija. El climax de ultratumba es mejor no desvelarlo, y tampoco descubro nada si digo que hay un clip final de Ana Torroja cantando el tema principal «Dónde».