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Ariane Kamio Periodista

Donde tenemos el palo de la escoba

Hablar de evolución y crecimiento en plena crisis es como tocar un violín con el palo de una escoba. El ruido chirriante y agónico de un instrumento en manos de un músico aprendiz es el mismo que desprenden los mandatarios españoles frente a Europa. Algunos ponen el instrumento para que sean otros quienes empleen el palo, y no el arco, para tocarlo, aunque sea para meterlo por el culo, y no hablo de sexo. Batutas, mejor ni mencionarlas.

Cualquiera que encienda el televisor, ojee los periódicos o eche un vistazo en internet, se dará cuenta de que este estado va de mal en peor, cuesta abajo y sin frenos, y que muy pocos plantan cara a un sistema que, si de por sí ya nos tiene con las manos bien atadas, de aquí en adelante nos inmovilizará de pies a cabeza. A excepción del caso de los mineros, que en las últimas semanas se han convertido en ejemplo de protesta, revolución y ansia por defender los derechos de los trabajadores, el resto de los mortales no consigue cuajar una ola que, al igual que con el impulso soberanista en Euskal Herria con la irrupción de Bildu en las instituciones, arrastre a una gran mayoría de la sociedad hacia un verdadero Estado de Bienestar.

Las fuerzas de izquierda tienen ahora, en teoría, la gran oportunidad de «convencer» a las masas de que el recorrido transitado hasta el momento, la manera capitalista de evolucionar, nos ha llevado a un callejón sin salida, donde los más perjudicados seguirán siendo, como hasta ahora, los ciudadanos de a pie, los mileuristas, los jóvenes, los pensionistas y cualquiera que no disponga de grandiosas cuentas corrientes. Digo en teoría porque, tal y como demostró la crónica realizada por el corresponsal de GARA en Madrid, Alberto Pradilla, durante la bienvenida a la selección española en Madrid, cualquier acontecimiento o festejo sirve de aliento para olvidar el complicado día a día de las personas que están en el paro o, por ejemplo, a punto de ser desahuciados. Es por ello, quizás, que algunos siguen confiando en que los que nos metieron en esto estén intentando sacarnos del meollo, aunque diariamente nos acordemos de dónde tiene cada uno el palo de la escoba. Y nos duela.

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