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CRíTICA: «Siempre feliz»

Cenas laponas con carne de alce y buen Rioja

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Mikel INSAUSTI

La prueba de que ésta es una película noruega que quiere abrirse al mundo, protagonizada por unos personajes que luchan por salir del aislamiento invernal, la encontramos en los menús internacionales de sus cenas vecinales, en los que la carne de alce lapón marida con una botella de Marqués de Caceres. Ah, y por Navidad, arroz con leche de postre.

Aunque el intercambio de parejas entre la familia rural y la urbanita no llega a funcionar, no será por no intentarlo. Puede que el fallo esté en los juegos de mesa con los que amenizan sus largas veladas caseras, porque obligan a responder a preguntas comprometidas sobre las relaciones conyugales, igual que ocurre en los concursos de la televisión, donde se demuestra lo poco que ellos conocen de ellas y viceversa.

No me imagino a Bergman planteando semejante situación en «Secretos de un matrimonio», pero el recurso sirve, precisamente, para la desdramatización del cine nórdico, tan proclive a representar las tensiones e infidelidades de la pareja por el lado existencialista más angustioso. «Siempre feliz» nunca llega a tales extremos, porque tiene vocación de comedia, pese a que una vez más queda en evidencia que la estética Dogma no casa bien con el humor.

A cambio lo que sí ofrece la ópera prima de Anne Sewitsky es mucha fría ironía de la que congela la sonrisa. El tono sarcástico se concentra, sobre todo, en la impositiva amistad entre el hijo nativo de la pareja anfitriona y el africano adoptado de los recién llegados desde Dinamarca. En sus fantasías, que de infantiles tienen poco, el uno hace de amo y el otro de esclavo.

Tal grado de involución se presta a una banda sonora dominada por los espirituales negros, con la presencia intermitente de un coro cuyas canciones van punteando la narración. Se abusa un tanto de la fórmula, más aún cuando se incluyen otras canciones de parecida temática en la parte ambiental. Y algunas ya muy tópicas dentro del cine indie, con la enésima escucha de la versión hawaiana de «Somewhere Over the Rainbow» a cargo del gigantón Israel «IZ» Kamakawiwo y su pequeño ukelele. Sí, universaliza el mensaje, pero a costa de dar el gusto a la audiencia de Sundance.

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