Una semana después de haber sido investido presidente de Egipto, Mohamed Morsi ha desafiado a la junta militar al convocar una reunión extraordinaria del Parlamento disuelto. La confrontación entre el Presidente y el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas parece haber entrado en una fase que puede ser dilucidada en la trastienda de la política más que en las calles. El propio Morsi se ha declarado partidario y ve posible «respetar la voluntad popular» y, a su vez, «la ley y la Constitución» en un equilibrio que apunta a la convocatoria de nuevas elecciones legislativas para solucionar esta crisis. Pero, con todo, el pulso que mantienen los militares y los Hermanos Musulmanes no parece que vaya a terminar en un corto plazo.

A imagen y semejanza del Ejército turco, los militares egipcios se ven como el último bastión frente al avance del Islam político representado por Morsi. Ven peligrar su posición, sus propios negocios e intereses personales. Los Hermanos Musulmanes y los militares pretenden asegurar sus ganancias: el Islam para la Hermandad y una mayor autoridad para los militares. Esa pugna ha entrado en una fase más sutil, en una especie de juego de ajedrez con mucha partida por delante.