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Análisis | la transición egipcia

Los militares y el modelo paquistaní para agotar al islamismo político

El autor hace suya la hipótesis de un acuerdo bajo la mesa entre los Hermanos Musulmanes y los militares, pero anticipa que la estrategia de esos últimos será esperar el desgaste de los islamistas, lo que supone el intento de importar a Egipto el modelo paquistaní.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La victoria del candidato de los Hermanos Musulmanes supone a pesar de todo un hito en la historia de Egipto. Tras ochenta años en la clandestinidad, han logrado a través de unas elecciones la Presidencia egipcia. Pero es la hora de los retos y las dificultades. Los dirigentes islamistas deberán ser capaces de formar alianzas y evitar al mismo tiempo el aislamiento desde sus adversarios locales y extranjeros.

Para ello, intentarán dar una imagen abierta, alejada de un monopolio de todas las instituciones, y en ese sentido cabría enmarcar esa especie de giro pragmático que se ha observado desde el primer momento en el nuevo presidente Morsi. Sus declaraciones anunciando puestos de responsabilidad para miembros de la minoría copta o para mujeres busca «convencer» de sus intenciones a los sectores más reacios dentro del país. Por otro lado, al señalar que «Egipto mantendrá sus compromisos internacionales», se dirige hacia EEUU y su aliado regional, Israel, en un guiño que también busca contrarrestar las campañas iniciadas contra la nueva presidencia.

Históricamente, la paciencia y el acercamiento metódico al poder, han sido los ejes centrales de la estrategia islamista. Los Hermanos Musulmanes son conscientes de que su margen de victoria en las presidenciales no ha sido muy alto (un 3,5%), que el antiguo régimen todavía es poderoso, y que las presiones internas y externas no van a cesar, sin olvidar tampoco la próxima cita electoral. Su práctica política debe evitar las tentaciones que caracterizaron al antiguo régimen (corrupción, nepotismo, codicia, malversación), por eso se muestra dispuesto a seguir apostando por áreas que en pasado le han dado buenos frutos, como Educación, Servicios Sociales y Justicia, mostrándose de momento dispuestos a ceder otros espacios como Defensa, Economía o Exteriores.

No tienen ante sí una agenda es sencilla. La reconciliación de una sociedad fragmentada, las relaciones con los poderosos militares, la seguridad y la economía, seriamente deterioradas, y las fuertes presiones desde el exterior, como el Consejo de Cooperación del Golfo o desde Israel y EEUU... todo ello conforma un complicado puzzle.

Los militares egipcios han sido los mayores protagonistas estas semanas. Todas sus decisiones y maniobras buscan asentar y expandir su poder y defender sus propios intereses, que son muchos y no solo dentro del ámbito estrictamente militar. Han logrado, de momento, influir y en cierta medida controlar el proceso para redactar una nueva Constitución, mantener el control absoluto en asuntos militares, y tratan de controlar el poder legislativo.

Los militares egipcios han venido utilizando diversas tácticas para asentar su estrategia. Desde buscar divisiones entre la oposición hasta airear el miedo y el caos. Consumado el supuesto acuerdo con los Hermanos Musulmanes, algunos analistas aseguran que la estrategia actual pasa por esperar el desgaste islamista, lo que refuerza las teorías de quienes defienden que en lugar del modelo turco o indonesio, en Egipto nos podríamos encontrar ante un modelo muy similar al paquistaní.

No obstante, no todo se presenta como un camino de rosas para los militares. Las diferencias entre los altos mandos y los rangos inferiores, las tensiones internas o los problemas económicos son algunos obstáculos que pueden alterar sus planes. Pero lo más peligroso puede ser las maniobras para proteger sus intereses a toda costa, que pueden ser percibidas por parte de la población como un golpe de Estado o una vuelta a la era Mubarak, lo que sin duda generaría una unidad en la oposición que alteraría la situación privilegiada que a día de hoy disfrutan.

También cobra importancia la incidencia del nuevo escenario egipcio sobre otros actores extranjeros. En Palestina, mientras Hamas ha recibido con alegría el triunfo de Morsi, los dirigentes de Al-Fatah lo ven con angustia, ante una mayor pérdida de apoyo local. También en Jordania se siguen con atención los acontecimientos, pues si hasta ahora el régimen jordano ha podido contener los intentos de cambio internos, un nuevo panorama dominado por el islamismo político de los Hermanos Musulmanes tendrá consecuencias directas en los movimientos opositores.

Pero, sin duda alguna, los nervios pueden aflorar entre las monarquías del Golfo, que desde hace tiempo temen que cualquier tipo de movimiento opositor acabe calando en sus estados y ponga en entredicho el sistema que les permite mantener a sus sociedades cautivas. No tardaremos en ver cómo se incrementa la tensión sobre Siria e Irán, para evitar que la centralidad mediática se centre en la falta de libertades y derechos en los estados del Golfo.

También desde EEUU e Israel se siguen con temor los acontecimientos egipcios. La política de Washington ha estado marcada en las últimas décadas por una contradicción entre retórica y realidad. Durante años hemos asistido a una supuesta promoción de la democracia en Egipto, pero que en realidad era una fórmula para consolidar el régimen de Mubarak. Ahora las maniobras estadounidenses buscan marginar a las fuerzas sociales que apuestan por el cambio y la transformación, bien ninguneándolas o bien haciéndoles participes, vía subvenciones, de su proyecto, sin olvidar las enormes sumas de dinero que sigue dando a los militares egipcios. La política de la Casa Blanca busca no alterar sustancialmente el orden político de Egipto y de la región.

Los próximos meses van a estar protagonizados por nuevas pugnas entre los diferentes actores. habrá que estar atentos a dos procesos judiciales abiertos y que podrían aflorar en setiembre, uno para prohibir a los Hermanos Musulmanes y otro para hacer lo mismo con su expresión política, el Partido Justicia y Libertad.

Si se confirma el supuesto pacto entre militares e islamistas, es evidente que ambos han maniobrado para defender sus propios intereses. Los militares para asegurar y fortalecer su poder y privilegios, y los islamistas para marginar a las fuerzas opositoras que les puedan hacer sombra en el futuro.

Mucho de lo que está ocurriendo en Egipto continua siendo un enigma. El país entra en una nueva fase, al menos simbólicamente. Es difícil pronosticar cómo se trasladará ese simbolismo a la práctica, pero el proceso de transición será intenso, tanto para Egipto como para el conjunto de la región, y todavía puede ofrecer muchas sorpresas.

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