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Alberto Pradilla | Periodista

Guillotina

Andrea Fabra, diputada del PP por Castellón, soltó el otro día un «que se jodan» mientras que la bancada hooligan de la derecha jaleaba un nuevo hachazo a los derechos sociales en el Estado español. Recortan y aplauden. Y, para más recochineo, insultan y se ciscan en los mismos ciudadanos a quienes exprimen. Ante semejante ostentación de soberbia, uno se plantea si la única alternativa posible a esa casta política no sería la que ya aplicó un tipo llamado Robespierre hace algo más de un par de siglos. Cortar por lo sano.

Aparecía el otro día en twitter que «con un aplauso, muere el Estado del Bienestar en España». Y yo, que me perdí el espectáculo por estar atrapado en la sanferminalipsis, me pregunto si la desconexión de esta gente con el mundo es de verdad tan extrema como para ovacionar los hachazos como si los de «La Roja» hubiesen vuelto a ganar la Eurocopa. Si, realmente, la división mental entre la élite política y sus súbditos se ha ensanchado hasta el punto de la irrealidad. Entiendo, que no comparto, la obediencia debida a su jefe. Pero, en serio, el bochorno de celebrar los recortes sociales y el descuartizamiento de sanidad y educación debería de hacer replantear lo de la cosa pública en Madrid.

Me da igual si Fabra, perteneciente a una larga estirpe de mandatarios, hacía la peineta verbal a los parados, en general, al PSOE, en particular, o a quien ella encontrase como excusa. Lo que me resulta obsceno es creerse tan impune como para exhibir desde su atalaya que, en realidad, lo que le pase al ciudadano de a pie se la trae al pairo. Luego se presentará como víctima y los medios entraremos en ese interminable debate basado en el «y-tú-más» al que han reducido el Congreso español sus dos partidos mayoritarios. Y hasta habrá quien diga, sin sonrojarse, que la buena de la diputada (modo ironía ON) sufrió un malévolo complot. Quien y ella, hijísima de su padre, Carlos Fabra, imputado por distintos delitos relacionados con meter la mano en la caja desde 1999.

En todo este jaleo se nos olvida una cosa: que la población seguirá precarizándose y empobreciéndose mientras unas élites políticas y económicas siguen jugando al Monopoly con las vidas de millones de personas. Y, al mismo tiempo en el que tiran los dados, sueltan un «que se jodan» mientras se descojonan. A ver cuánto les dura.

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