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Jesús Valencia | Educador Social

«Mira Maruxiña, mira a los mineros»

Parece como si esta profesión trasmitiera de padres a hijos las técnicas del oficio y los hábitos combativos: «nuestra lucha es fruto de la resistencia, del aguante, del orgullo»

Dejó de girar la gran rueda que arrastra el montacargas. Se apagó el ruido trepidante de las barrenadoras. Lentamente, se fue disipan- do el polvo silicoso de las galerías. Allá abajo, en las entrañas negras de la montaña verde, unos mineros iniciaban el encierro, intensificando su lucha. Las bocaminas asumían su cuidado.

En León, Asturias, Aragón, Palencia... se agudizaba un conflicto sociolaboral que, no por repetido, deja de ser sangrante. La minería, como casi todos los sectores productivos de esa España comatosa, se hunde. Las ayudas económicas que debían prolongarse hasta 2018, se recortan brutalmente; las inversiones que debían de reconfigurar la economía de esas cuencas para absorber la mano de obra excedente, no llegaron. Mientras se destinan 25.000 millones para rescatar a Bankia se niegan 300 para salvar la producción del carbón. Agoniza la extracción de dicho mineral y, con ella a una, la vida de las distintas cuencas que viven de ese trabajo. Quiebra económica que provoca en su caída incontables dramas familiares y personales; el último capítulo de una emigración masiva que, desde hace años, desangra dichas comarcas.

Nada nuevo; uno de los muchos recortes que agreden a los sectores productivos del Estado. Pero hay en el conflito minero una conducta ejemplar. Su reacción nada tiene que ver con la de tantos llorones y plañideras; gentes de gimoteo y bostezo que malgastan el día criticando al Gobierno y esperando nuevas elecciones para volver a votar a la derecha; escuchan impasibles el anuncio de nuevos recortes y tributos adentrándose en el sopor de siestas espesas; adictos a la charla insulsa y a la televisión basura; incapaces de rebelarse como no sea contra las personas que se rebelan. Con tino y sorna los describió Machado: «Ese hombre no es de ayer ni de mañana, sino de nunca. /De la cepa hispana no es el fruto maduro ni podrido. /Es una fruta vana».

La heroica lucha de los mineros nos ha familiarizado con puntos geográficos como Candín, Sotón, Pola de Lena, Ciñera... Pero -lo más importante- ha desempolvado imágenes de una lucha obrera que viene de lejos. Aquellos mismos parajes fueron escenario de la rebelión del 1934, que el Gobierno reprimió con brutalidad legionaria. Retomaron las barricadas por los años 60 y volvieron a ellas durante los duros conflictos de finales de siglo. Parece como si esta profesión trasmitiera de padres a hijos las técnicas del oficio y los hábitos combativos: «nuestra lucha es fruto de la resistencia, del aguante, del orgullo». Lo hemos podido comprobar estos días: cortaban vías y carreteras como medida de presión; se enfrentaron a nutridos contingentes represivos con los rústicos lanzacohetes que su ingenio fabricó.

Los hombres y las mujeres del carbón han sacado sus reivindicaciones a las calles. La «marcha negra» ha promovido solidaridades, despertado conciencias y generado complicidades. La conocida elegía minera suena estos días a reivindicación compartida. Su lucha se ha convertido en modelo para una sociedad tanto tiempo adormecida y, como consecuencia, expoliada.

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