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CRíTICA: «The Turin Horse»

Béla Tarr da su obra por culminada y agotada

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Mikel INSAUSTI

Tras triunfar el pasado año en la Berlinale con «The Turin Horse», Béla Tarr confesó que esta iba a ser su última película. Conociendo la total coherencia creativa del cineasta húngaro, hay que tomarse muy en serio el anuncio. Se despide magistralmente, rodeado de su habitual equipo técnico y artístico, con su mujer Ágnes Hranitzky de montadora, su guionista y escritor predilecto László Krasznahorkai y, cómo no, el músico Mihály Vig. Al grupo se incorporó en la anterior «El hombre de Londres» el director de fotografía Fred Kelemen, que ha sabido captar al igual que solía hacerlo Gábor Medvigy el mundo en blanco y negro de un autor que reniega del color para refugiarse en la pura abstracción y el tenebrismo.

«The Turin Horse» tiene todo el aire de una obra póstuma, confirmando las intenciones de Béla Tarr respecto a su definitiva retirada. Es más apocalíptica y oscura que todas las películas de Haneke juntas, que ya es decir. Representa el viaje de la luz a las tinieblas, porque el mundo, tal como lo hemos conocido, se acaba. No lo predice un falso profeta, sino un artista especializado en representar el caos humano, y vaya que si lo describe. Te hace sentir un vértigo como nadie más es capaz de provocar en la sala oscura, mediante un proceso parecido a la hipnosis, que inicia colocándote en el lugar del Nietzsche terminal. Cuentan que a partir del momento en que el filósofo alemán se abrazó al cuello del caballo agotado se sumió en un profundo e irreversible silencio. Puede que reconociera en el gesto del equino que ya no podía tirar del carro el fin de la vida, de la cultura, de la civilización occidental.

La visión del fin de los tiempos está protagonizada por aquel caballo reventado, el carretero que lo fustigaba y su joven hija. Queda resumida en seis días, los mismos que le llevó a Dios la creación, pero a la inversa. Aparecen atrapados en una granja golpeada por vientos huracanados y secos, que lo desertizan todo, incluso el pozo de agua. La chica intenta desesperadamente mantener encendido el calor del hogar, pero los últimas brasas ya no alumbran. Treinta planos secuencia apuran la existencia a modo de bucle temporal con una única pieza musical.

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