ARTE
Diferentes visiones para un mismo final
Arturo / Fito Rodríguez Bornaetxea
No descubrimos nada si señalamos que el desconcierto generalizado que gobierna hoy en todos los órdenes de lo social supone un argumento creativo de primer orden. No estaríamos tampoco muy desencaminados si damos por bueno que el carácter apocalíptico de algunas de estas propuestas nos aportan nuevas y necesarias visiones sobre lo que «nos ha pasado», sobre lo que somos o sobre lo que podemos hacer. Y si además estas propuestas abren un abanico especulativo que aborda temas como el tiempo o la finitud de nuestro mundo, la cuestión se antoja inevitablemente... urgente.
La exposición «The End» aborda el tiempo desde su necesaria vinculación conceptual al medioambiente, y lo hace en un sentido amplio, extenso y obviamente inabarcable, siendo este su principal hándicap y también su característica más audaz.
Si hasta ahora las exposiciones de Cristina Enea habían guardado una congruente conexión con el propósito al que se debe su sede, en esta ocasión y sin duda por la amplitud de su horizonte, el discurso se abre en múltiples senderos y llega a paisajes bien diferentes, aportando diversidad y planteando al explorador la necesidad de una brújula propia y de un reloj subjetivo para esta travesía.
Y es que la exposición propone diversas lecturas sobre la naturaleza, el tiempo, el clima, la acción del hombre y el espíritu de la negatividad a través de un prisma formado por obras provenientes del arte, la literatura y la ciencia, en un suerte de trenzado cultural tan ambicioso como sugerente y provocativo.
«Prometheus Garden», «Zona del tiempo» y «Mundu bat» son los principales apartados de la muestra que se mantendrá en proceso más allá del treinta de septiembre, momento en el que irá adquiriendo nuevas formas expositivas hasta final de año.
La propuesta se completa además con un ciclo de cine de verano al aire libre. (Más información en : www.cristinaenea.org/theend)
Una y varias exposiciones
Cada una de las partes mencionadas en que se divide la exposición constituye por sí sola toda una tesis que se relaciona con los demás apartados, con las demás estancias, en base a la multiplicidad de soportes y de enfoques. La lista de autores y autoras es extensa y atractiva y, si bien la reunión de nombres y obras resulta inverosímil en un primer momento, entenderemos a continuación que dicha circunstancia constituye uno de los principales retos comisariales de Oier Etxeberria; se trata de un argumento más de la propuesta expositiva, que busca la negociación de los diferentes artefactos culturales más allá de una genealogía, de una taxonomía, de una determinada nómina de artistas o de una estructura rígida en el discurso.
Podría decirse que la presencia de las propuestas artísticas hubiera querido ser compensada con argumentos provenientes de otras disciplinas hasta que vemos que son las otras disciplinas las que aparecen inscritas en las contribuciones artísticas. A partir de ahí, la exposición se abre a los descubrimientos de cada cual y a la posible confusión que, sin duda, deberá ser entendida como parte consustancial de ese «The End» del que se nos habla.
En «Prometheus Garden», las piezas de Juan Luis Moraza y de Ibon Aramberri conviven con un alucinante paisaje de Bixente Amestoy (un paisaje de futuro más que de pasado), con las viñetas siempre punzantes de Miguel Brieva y con la animación de Bruce Bickfor que da nombre a la sala.
En «Zona del tiempo» nos encontramos con la presencia de Isidoro Valcárcel Medina. Las piezas que aporta este autor suponen por sí solas una buena razón para visitar la muestra; poder recoger y llevarse a casa el texto mecanografiado «Cuál es el futuro del arte», resulta una agradable sorpresa. Como lo es el acceso a los cortes de audio de la pieza «Bomba del tiempo», de Pedro G. Romero o el «Autorretrato en el tiempo», de Esther Ferrer, que rubrica el sentido de esta sala de una manera tajante.
«Mundu bat» resulta ser el apartado más complejo. La obra «Ecce Homo» del donostiarra Detritus, fiel a esa especie de existencialismo simbólico que surge de su profundo compromiso con el «no-futuro», entra en duro contraste con el manierismo contemporáneo de Erlea Maneros en su serie «Exercises on abstraction» o con las piezas de Juan Loeck Hernández. Las fotos de Allan Sekula sobre los voluntarios que trabajaron en limpieza del desastre del «Prestige» o la composición para la radio de Aldous Huxley, «Brave New World», aportan nuevas y diferentes visiones sobre el mundo entendido como la posibilidad de un hogar para todos y todas.