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José Luis Orella Unzué Catedrático senior de Universidad

Habrá vencedores y vencidos

Las soluciones que nos quieren imponer son individuales: Son soluciones que imponen el sálvese quien pueda como método. Se han anulado los convenios colectivos y se han sustituido por acuerdos desiguales entre el trabajador y el empresario. Se trata de estudios pormenorizados para aliviar, que no solucionar, los desahucios económicos por impagos de hipoteca o por las deudas contraídas en el loco afán institucional de créditos. Se esgrime el principio de libertad, cuando por definición no se da en el diálogo entre el empresario y el contratado, entre el amo y el criado, entre el fuerte y el débil. En la nueva jurisprudencia se presentan exigencias personales para que los reclusos sean aceptados en el reconocimiento de los derechos humanos y puedan acceder a la reinserción. Reinserción por otra parte que no es una generosidad de los políticos de turno sino que es un requisito de la justicia y una cláusula constitucional.

Las cárceles están llenas de convictos por la tortura y que deben soportar largos años de prisión por transgresiones intencionadas y no realizadas, mientras que están vacías de empresarios, banqueros y consejeros que tuvieron intenciones malignas de rápido enriquecimiento que llevaron a muchas sociedades a la ruina. ¿Dónde están especificadas las penas en las que incurren los banqueros inconscientes de su responsabilidad, los numerosos consejeros políticos de entidades económicas que sólo fueron elegidos a dedo por su partido y que eluden ahora la responsabilidad del voto dado por su afiliado?

Hay muchas más víctimas que las que originaron las guerras y los movimientos armados. Todos los firmantes de las acciones preferentes de bancos arruinados son víctimas que deben ser reconocidas y compensadas en las injusticias soportadas. Son víctimas también de las instituciones legales cuando estas no se hacen garantes de que todos los criminales hayan sido detenidos, juzgados y castigados.

Y estas víctimas deben ser reconocidas como tales y sus derechos legítimos legalizados por las nuevas instituciones sociales que deben nacer tras esta crisis tan profunda que estamos soportando.

Los caminos de salida son todos ellos sociales. Sin embargo, y a pesar de la cortedad institucional de ofrecer solo salidas personales, tenemos que afirmar que todas las culpas son sociales. Las instituciones cometen delitos sociales aunque ellas se crean inmunes, no se acusen con golpes de pecho, ni reconozcan el daño causado al medio ambiente, a los pueblos, a las familias, a la sociedad en su afán desbocado de crecimiento. Y esto porque los estatutos de las instituciones bancarias, las constituciones de los estados, las bulas y los derechos adquiridos por las iglesias están blindados, y dichas entidades se juzgan intocables e irreformables aunque la mayoría social los juzgue desfasados e ilegítimos.

Ante esta atonía e impunidad institucional intencionada a los vencidos no les cabe más salida que la hibernación o la legítima violencia social.

La hibernación: La crisis económica ha invadido a las mayorías sociales de un pesimismo total por su falta de expectativas. El futuro cerrado condiciona nuestro presente. El túnel es colectivo pero afecta a la perspectiva personal. El miedo invade nuestro horizonte. La impotencia y el desánimo general incita o al suicidio o a la hibernación. La indignación del 15 de mayo del año pasado era comprensible porque cabía el cambio. Ahora, sin embargo, ante la nula reacción a los mineros ya no cabe más que la resignación. Esta es la dinámica suscitada por los especuladores que han ocupado hasta el momento los puestos de poder en la política, en las empresas, en la judicatura y en la Iglesia.

Las familias están perdiendo el empleo por lo que se ven inmersas en la exclusión social, mientras que los jubilados ven recortadas sus expectativas. Hay grandes masas que llenan nuestras plazas dedicadas a perder el tiempo sin saber cómo llenarlo. La hibernación favorece el no gastar porque paraliza las iniciativas.

Tristeza, parálisis, resignación, desánimo, desaliento, pesimismo, apatía, depresión y ensimismamiento. Estamos interiorizando con sentido de culpa las ganancias bancarias y la vida optimista vivida hasta el momento. Como no hay horizonte, mejor que esforzarse es cerrarse en el propio caparazón, aunque el malestar social influya en la salud de las personas.

El clima depresivo es generalizado y abrumador, tanto que está cerrando el ejercicio del derecho de manifestación. Más aún, la política del miedo promocionada por los gobiernos conservadores europeos espera amedrentar a la población y convertir a los indignados en resignados. Ya estamos sumergidos en la crisis como enfermedad individual y social. Y porque sabemos que no hay salida que no sea colectiva, nos encerramos en hibernación.

La violencia social justa. A los vencidos les queda otra salida, por ejemplo, participando con las acciones de los indignados y vinculándonos al Foro de los Pueblos. Apoyando principalmente a esa generación perdida que es la juventud de los menores de 35 años que en su 50 % se encuentra en paro y a los que no les queda más camino que la emigración, la permanencia dentro del sistema educativo y familiar durante más tiempo que el habitual, o la apatía de aquellos que ni trabajan ni estudian.

Para los adultos cabe la respuesta de la resignación, pero los jóvenes deben mantener viva la indignación. Es necesaria la masiva movilización de resistencia civil contra las élites políticas, religiosas y económicas que están hundiendo en la depresión a la democracia española. Aun los mayores podemos colaborar con la asociación de los yayoflautas.

Los pueblos, las familias, los ciudadanos no pueden tomarse la justicia por su mano, pero sí que tienen instrumentos para reclamar sus derechos y para utilizar una violencia justa como las huelgas o las acciones sociales diseñadas por Gandhi. Este reformador instauró métodos de lucha social novedosos como la huelga de hambre Pregonaba la total fidelidad a los dictados de la conciencia, llegando incluso a la desobediencia civil, si fuese necesario.

Se puede uno comportar con consideración con sus vecinos poniendo condiciones al cumplimiento de la ley o al pago de los impuestos. Se puede exigir con manifestaciones masivas que el Parlamento investigue el escánda- lo de Bankia, que va a absorber bastante más dinero del que el Gobierno ha considerado necesario retirar de la sanidad y de la educación. Bankia es un caso paradigmático de los errores cometidos por otras muchas entidades financie-ras. ¿No se puede penalizarlas sacando de todas ellas los fondos en un día y fecha determinadas?

La responsabilidad histórica y social no se cierra únicamente en los movimientos revolucionarios. El uso de la violencia no es único patrimonio de los estados. No solo los políticos pueden declarar la guerra justa y ser luego condecorados con el Premio Nobel de la Paz. Ha habido una serie de derechos sociales de los pueblos, de las naciones, de las familias y de las personas que los Estados fundamentados exclusivamente en la mayoría parlamentaria han transgredido y conculcado, abortando cualquier clase de petición o exigencia de las minorías. En este país los servicios públicos, la educación, la sanidad o las pensiones no han tenido nada que ver, absolutamente nada, con la crisis que ha nacido, se ha alimentado y ha estallado en el mundo financiero.

La capacidad de resistencia y reacción se halla ligada al vigor cultural de las instituciones, a la conciencia de pueblo y a los recursos de los ciudadanos. Una sociedad es tanto más vulnerable cuanto más ignorante es. La sociedad española adulta tiene signos de desorientación o de escaso desarrollo socio-cultural. Las costumbres y tradiciones de Semana Santa española denotan una carcasa cultural que no cae en pedazos por la inyección que aporta al turismo. Nos hemos dotado de grandes contenedores universitarios y museísticos y de magníficos auditorios sin vida cultural interior. Igualmente nos hemos dotado de grandes infraestructuras de tren de alta velocidad y de aeropuertos, sin recursos económicos que se debían promocionar.

Pero la juventud actual es la que mejor está preparada en nuestra historia. Ella debe ser el motor de la violencia social justa para provocar una conmoción sistémica. Violencia social contra la injusta cruzada de ajuste que está recortando salvajemente todos los derechos sociales, como el de la salud y especialmente el que más afecta al futuro de los jóvenes: la educación.

Algunos afirman que de esta gran crisis y depresión social en la que estaremos inmersos más de un decenio, debemos salir todos marcados, pero sin vencedores ni vencidos. Yo creo que con las leyes de la historia en la mano saldrán vencedores unos pocos, mientras que los demás, los vencidos, tendremos que capear los largos malos años ocultos en nuestra propia hibernación si no apoyamos a los jóvenes en el uso de la violencia social justa.

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