CRíTICA: «Le Skylab»
En la gran familia Delpy hay cabida para todos
Mikel INSAUSTI
Hasta la fecha Julie Delpy no convence detrás de la cámara tanto como delante de ella. Ya de primeras hizo mal en intentar imitar al incomparable Richard Linklater con su díptico romántico formado por «2 días en París» y «2 días en Nueva York», lo que demuestra falta de personalidad. De poco sirve que en sus guiones introduzca elementos autobiográficos, si luego la película resultante se parece a las de otros autores. En «Le Skylab», sin ir más lejos, lo que mejor funciona es la parte relativa a niños y adolescentes, pero a fuerza de recordar a las comedias juveniles que en los años 70 realizó Pascal Thomas.
Y justo a finales de esa década transcurre «Le Skylab», que sí cuenta con una excusa argumental distintiva, al introducir un elemento del progreso amenazante con el temor a la caída en la tierra de los restos del satélite espacial del título. Ahora bien, la originalidad del punto de partida no garantiza un desarrollo igualmente novedoso, pues a las primeras de cambio la película cae en el lugar común y se convierte en la enésima réplica francesa de la reunión familiar de turno, con el agravante de que su objetivo consiste en idealizar dicha institución, bien por culpa de la mala memoria, o bien por el embellecimiento de los recuerdos de la infancia.
El lema de los Delpy parece ser «revueltos pero bien avenidos», dado que la cineasta y actriz trata de convencernos de que dentro de una misma familia pueden convivir las ideologías opuestas más extremas, sin que la sangre llegue nunca al río. Las agrías discusiones políticas son encajadas dentro de la ligereza del conjunto de un modo artificioso y poco convincente, llegando a pasar por alto graves incidentes como un intento de violación por parte de uno de los miembros del sector ultra. Es como si con la distancia del tiempo todo quedara perdonado, salvo por el detalle de que no se puede poner al mismo nivel entrañable la impresión del primer beso, siendo todavía una niña, y las amenazas violentas de unos adultos descerebrados. Por eso en el balance final pueden más las risas que las lágrimas, no sin que haya mediado el chantaje emocional.