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Jordi Magraner, una muerte aún sin resolver diez años después

Jordi Federico Magraner murió al noroeste de Pakistán, en extrañas circunstancias aún sin resolver. Su muerte, lejos de ser mediática y causar eco en la sociedad española, constituyó una gran pérdida para el mundo de la investigación científica, para la criptozoología y para los kalash, la sociedad a la que perteneció en Pakistán.
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Eva PAREY

Magraner creía firmemente en la existencia del hombre Barmanu, más conocido como el Yeti o el abominable hombre de las nieves, una figura legendaria más perteneciente al imaginario colectivo que al mundo real. Alentado por las investigaciones del padre de la criptozoología, Bernard Heuvelmans, sobre la verdadera existencia del hombre de Neanderthal tras el hallazgo del cuerpo de un homínido criogenizado en 1969, soñó con explorar territorio remoto y encontrarse con el bípedo peludo frente a frente, para poder estudiarlo.

Sus convicciones lo llevaron hasta el corazón del Hindu Kush, una cordillera al este del Himalaya, conocida como «el techo del mundo» junto con el Tibet, por la altura de sus picos de más de 7.000 metros. Esta región de difícil acceso sigue anclada en el pasado. La orografía abrupta del territorio ha mantenido confinados a sus habitantes, en una estampa más propia del medievo. A día de hoy alberga etnias únicas en el mundo como los kalash, una cultura ancestral animista con prácticas chamánicas, que pese a la presión del islam todavía persiste. En su búsqueda incesante también rastreó a fondo el valle de Swat, conocido como la pequeña suiza pakistaní, hoy en día devastado por el conflicto talibán.

Hijo de un republicano valenciano exiliado en Marruecos, fue criado en Francia, en Valence, cerca de Lyon, aunque siempre se le conoció por su nombre en catalán. Allí se diplomó en ingeniería técnica agrícola y se especializó en zoología. Su estrecha relación con el Museo Nacional de Historia Natural de París le proporcionó cierto respaldo para poner en marcha sus dos primeras expediciones, que constituyeron la base de sus teorías.

Su espíritu naturalista le permitió conocer especies de flora y fauna que hasta ese momento pasaron inadvertidas para la sociedad occidental. La realidad que se encontró le llevó a cuestionar a la comunidad científica los motivos de la negación recurrente de la existencia del homínido en la era moderna, como si la modernidad hubiera podido afectar en algo el modus vivendi o el hábitat de la regiones más deshabitadas, inhóspitas del planeta. Su método riguroso nunca pudo ser discutido. Veintisiete testimonios de pastores nómadas que recorrían las montañas durante largas temporadas avalaron su teoría. Relataron que en algún momento habían avistado al homínido. Las descripciones que dieron eran coincidentes lo que le permitió definir un boceto tipo retrato robot. Otros testimonios describían como eran sus aullidos, incluso el propio Jordi y sus acompañantes de expedición pudieron escucharlos alguna vez. Años después, algunos de esos relatos fueron recogidos en un documental producido por el canal Arte.

Jordi no solo se interesó por el hombre Barmanu. Le fascinaba la existencia de los kalash en aquel paraje singular poblado de musulmanes. Le preocupaba, como a tantos otros estudiosos, que su presencia se viera mermada con el tiempo hasta el punto de extinguirse. Aprendió su idioma, sus costumbres, ritos y religión, hasta convertirse en uno de ellos. A partir de ese momento se involucró completamente con esa etnia. Canalizó todas sus energías en proporcionar medios para paliar las precarias condiciones de vida de los kalash. Creó una ONG y defendió fervientemente que tuvieran su propia educación de acuerdo con su cultura.

Pasado el tiempo, es inevitable preguntarse, si las expediciones que llevó a cabo entre 1987 y 1990, y más tarde en los 90, hubieran podido organizarse de la misma manera pasado el apocalíptico 11-S, que marcó un antes y un después en toda la región. Desde entonces, la zona sigue frecuentada por talibanes, cuyas incursiones son constantes. De hecho a finales de 2001, muchos le alertaron del peligro que suponía seguir residiendo en los valles kalash. Él no era el único extranjero que residía en la zona. La japonesa Akiko Wada abandonó su ajetreada vida en la metrópolis de Japón en 1987, para instalarse en el valle de Rumbur y no salir de allí nunca. Sin embargo, la presencia de Akiko Wada nunca se vio como una amenaza, quizás por su nacionalidad o quizás porque enseguida se emparejó con un hombre de etnia kalash, por lo que socialmente se le atribuía un motivo lógico a su permanencia. Pero, muchos no entendían la presencia continuada de Magraner en los valles. Su soltería puso en entredicho sus tendencias sexuales. Su afán por ayudar al pueblo kalash de forma desinteresada fue interpretado por algunos como proselitismo cristiano con aspiraciones de reconversión, cuando él se definía ateo. Su intrincada red de amistades sirvió como excusa para que otros le relacionaran con los servicios de espionaje extranjeros. Así su figura pasó a verse como una amenaza.

Semanas antes de su muerte, la Policía de Chitral le advirtió que debía abandonar cuanto antes los valles ya que su vida corría peligro a causa del aumento de la presencia talibán. Una mañana de agosto de 2002, poco antes de que Magraner fuera a abandonar la región, su cuerpo apareció degollado en su despacho. También encontraron muerto a su discípulo kalash, Wazir Alí, de 12 años. Dos de sus empleados de origen afgano desaparecieron y nunca más se supo de ellos.

Así, el motivo de su desaparición quedó en el limbo, sin que ninguno de los dos gobiernos, ni el español, ni el francés, ejerciera la influencia necesaria para que la investigación de las fuerzas de seguridad pakistaníes, llegara a buen puerto. El estado avanzado de descomposición de su cuerpo no permitió la repatriación del cadáver al Estado francés, algo que hubiera dolido demasiado al pueblo kalash, el cual le rindió un homenaje como si de un alto mandatario se tratase.

Su memoria sigue viva en la comunidad científica. Su labor humanitaria será recordada por los lugareños, tanto en Afganistán como en los valles kalash. Y su nombre se ha convertido en mito para los autóctonos,y forasteros que vayan a conocer la región.

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