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Fermin Munarriz Periodista

El poeta y la ciencia

La ciencia es flemática, fría, y, sin embargo, fascinante; revela lo que apenas comprendíamos. Y aunque a veces es torpona, y hasta tardona, nos explica de forma sobria lo que ya escribieron los poetas de manera hermosa.

El departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge acaba de demostrar que Esopo, el fabulista que deslumbraba a sus coetáneos hace veinticuatro siglos, tenía razón. En realidad, los científicos han confirmado que lo que narraba el cuentacuentos sobre las habilidades del cuervo, uno de sus personajes animales preferidos para ejemplarizar la conducta humana, es cierto. Un poco tarde, la verdad, pero merece la pena.

Como nos contó Esopo, un grajo que desfallecía de sed vio una jarra y voló hacia ella con esperanza de saciar su urgencia, pero al llegar descubrió con desconcierto que su pico no alcanzaba al agua. El nivel era demasiado bajo. Su necesidad era extremadamente perentoria; su posibilidad, demasiado improbable. Una situación de crisis. Y lo intentó una y otra vez hasta que...

Efectivamente, tanto tiempo después de formular aquel dilema, un grupo de científicos que cierra una cadena de siglos de investigación lo ha comprobado: en estado salvaje pero condiciones simuladas, el cuervo resuelve el problema con naturalidad arrojando piedras al interior de la jarra para que el nivel del agua suba hasta ponerse al alcance de su pico y beber. Como en la fábula. Han hecho falta bandadas de cuervos negros, la Universidad de Cambridge, venticuatro siglos, presupuestos y un montón de investigadores... Es lo que me gusta de la ciencia: que llega.

Como les contaba al principio, el informe universitario del descubrimiento es infinitamente más pesado y aburrido que la fábula de Esopo, aunque en realidad confirme con pelos y señales lo que escribió (o eso cuentan) el liberto de Tracia. Los sesudos de Cambridge han completado el estudio con la observación del comportamiento humano en situaciones idénticas. Y han constatado que, a partir de los 8 años de edad, somos capaces de resolver con éxito las mismas disyuntivas que los cuervos; al quinto intento, pero sin necesidad de comprender la situación que nos rodea, sino por simple experiencia acumulada. A partir de ahí, dominamos mejor los estadios de zozobra; los momentos de crisis son fuente para el ingenio. Pero eso ya lo escribió el poeta.

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