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CRíTICA: «Pollo con ciruelas»

Un Stradivarius y un corazón de violinista rotos

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Mikel INSAUSTI

He de advertir que «Pollo con ciruelas» es una película que requiere una especial atención por parte del espectador durante toda la proyección, exigiéndole un mayor esfuerzo del habitual. Para escribir esta crítica he necesitado verla dos veces, algo que me ocurre con muy pocos estrenos. La primera vez no conseguí concentrarme, debido a que la narración es muy dispersa, punteada por cuentos persas e historias cortas relativas a cada personaje. El tono es mortecino, junto con unos decorados sobre fondo negro que abundan en la melancolía del conjunto, que, sólo al final, reintegra sus mil y un piezas.

Se ha dicho que con «Pollo con ciruelas» Marjane Satrapi y el dibujante Vincente Paronnaud pasan de la animación de «Persépolis» al cine de imagen real, pero eso es muy relativo. Cierto es que hay una dramatización con intérpretes de carne y hueso, si bien la puesta en escena se sirve de técnicas mixtas, algunas de las cuales se remontan a los trucos del pionero Méliès y otras pertenecen a la era digital, e incluso a otros medios como el televisivo o el videoclip, sin descartar tampoco los dibujos animados. Es complicado hablar por tanto de un estilo concreto, pese a que están los que se atreven a compararlo con el de Jean-Pierre Jeunet. Es fácil perderse dentro de la multireferencialidad que la pareja propone, mediante homenajes puntuales a «El séptimo sello» de Bergman, a «Amarcord» de Fellini, a «La paloma» de Daniel Schmidt, a «El mago de Oz» de Victor Fleming, o a «Recuerda» de Hitchcock. También hay alusiones directas a la Sofía Loren de «La mujer del río», o a la película muda de Rupert Julian «El fantasma de la Opera». Y a semejante caudal icónico se debe sumar la carga oral representada por el cuentacuentos, que comienza el relato con el tradicional «Yeki bood, yeki nabood...» (Había alguien, no había nadie...). La voz es del actor Edouard Baer, y en la ficción representa a Azrael, el ángel de la muerte, que también toma forma de marioneta. Acude a la llamada del protagonista, el tío abuelo de Marjane Satrapi, un músico sin inspiración por culpa de un desamor de juventud.

 

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