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Guía estival de mitos griegos (II)

Los émulos de Ulises

Antonio Cuesta

Los comparan con Ulises, el legendario rey de Ítaca, por su audacia, valentía, ingenio y patriotismo. Pero nunca se los ha visto en primera línea de ninguna batalla, ni han navegado durante años, desafiando tormentas y toda clase de contratiempos, para volver a su tierra. Hacen oídos sordos a los cantos de sirenas y no necesitan ningún caballo de troya porque décadas atrás demolieron las murallas que les impedían multiplicar sus fortunas. Desviados por vientos económicos más favorables llegaron a la tierra de los lotófagos, quienes se alimentaban de la flor de loto, la cual provocaba la pérdida de memoria. Los armadores griegos comieron sin medida y se olvidaron de su patria. Desde entonces viven en Londres y sin atisbo de retorno.

Si algo hay que reconocer a la antigua mitología es su carácter ejemplarizante sobre cuestiones universales que afectaban al ser humano en toda época o condición. Por contra, los mitos modernos no están hechos ni para ser divulgados con fines explicativos, ni para ser tenidos en cuenta como patrones de comportamiento de cara a un tiempo futuro. Digamos que solo sirven como engaño o tapadera para ocultar comportamientos que podrían ser calificados, en el mejor de los casos, como deshonestos.

El ejemplo de los armadores griegos no está tomado al azar. Como poderoso grupo económico que es subvenciona a determinados partidos y cuenta con numerosos medios de prensa. De este modo, diputados y periodistas pueden defender a los navieros asegurando que son un puntal de la economía y del mercado laboral del país.

Cierto que en 2011 obtuvieron beneficios valorados en 14.000 millones de euros. Pero estos ingresos están libres de impuestos al residir en paraísos fiscales como Suiza o Gran Bretaña.

Se calcula que unas 50 familias son propietarias del veinte por ciento de los grandes buques de carga de la flota europea. Sus empresas offshore no cotizan a la hacienda griega e incluso los productos comprados en Grecia para ser consumidos en sus buques están libres de IVA, lo que hace que muchas compañías traten de incluir en esas partidas el mayor número de gastos. Por si esto fuera poco, tampoco los descendientes, al heredar sus cuantiosas fortunas, se ven en la obligación de pagar impuestos por transmisiones patrimoniales.

Son tantos los privilegios con los que cuentan que en menos de cinco años han podido duplicar su flota, financiándose ellos mismos, y aun así invertir una parte de sus beneficios en la compra de inmuebles, hoteles, compañías turísticas y canales de radio y televisión.

Los llaman «patriotas griegos» porque crean empleo y riqueza, aunque el 80% de sus barcos naveguen con bandera de conveniencia y en las últimas tres décadas el número de marineros griegos empleados en los mismos haya pasado, copiando el porcentaje, de 100.000 a 19.000 pese al considerable aumento de la flota en esos años.

Días antes de las elecciones legislativas amenazaron con trasladar la sede de sus compañías navieras a otros países y con cambiar la bandera griega en los pocos barcos donde aún ondea, ante el intento de la coalición izquierdista Syriza de reducir las exenciones fiscales y hacerles pagar más impuestos. A este respecto, Michel Koutouzis, un experto en las redes del blanqueo de dinero, aseguró que «los propietarios de los buques tienen más dinero en sus cuentas suizas, que controlan a través de empresas tapadera, que el plan de rescate griego varias veces. Es un fraude. Es un crimen organizado».

Para calmar los ánimos, el nuevo Gobierno colocó a uno de ellos como viceministro de Marina Mercante, Yorgos Vernicos, aunque tuvo que dimitir días después al hacerse pública su titularidad de una empresa radicada en las islas Marshall.

En una de las memorias del magnate Aristóteles Onassis se cuenta que durante una cena en su apartamento neoyorquino de Quinta Avenida explicó a sus selectos invitados que los griegos «no están preparados para la democracia» ya que «no sabían nada acerca de los negocios o el mundo financiero y que, de hecho, tampoco sabían nada acerca de la democracia».

Idiotas. Según el antiguo orador Demóstenes, los ricos disimulaban habitualmente su fortuna para evadirse de sus responsabilidades con la comunidad. Los idiotas eran aquellos que únicamente se preocupaban de sus intereses privados sin prestar atención a los asuntos públicos y políticos.

 

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