Udate
Un visita a los mecanismos de «La Flauta Mágica»
La Quincena Musical estrena hoy su ópera de cada verano: «La Flauta Mágica», coproducida con el Festival de El Escorial y con un llamativo reparto musical encabezado por el director Jaime Martín. GARA se introdujo en los ensayos para conocer de primera mano a los agentes que hacen posible levantar una función de ópera pero que nunca reciben los aplausos.
Mikel Chamizo
Cantantes, actores y director de orquesta son los protagonistas más visibles de una función de ópera. Algo menos la orquesta, omnipresente pero oculta en las profundidades del foso. Durante las dos o tres horas que dure la función el público se dejará seducir por la magia de lo que ocurre sobre el escenario: los cantantes perfectamente coordinados con la orquesta, los fluídos movimientos y coreografías del coro y los bailarines, la iluminación remarcando ingeniosamente las derivas psicológicas de los personajes, los telones subiendo y bajando y el decorado transformándose milagrosamente ante sus ojos. La ópera es, probablemente, el espectáculo en vivo más ambicioso y completo que ha creado Occidente, y nadie puede quedar del todo indiferente ante la grandeza de una buena representación. Pero el aplauso se lo llevan siempre los mismos: cantates, bailarines, el director musical, el de escena... Aplaudimos con el corazón a los artistas sin pararnos a pensar que, tras el escenario, hay también decenas de técnicos y artistas de otra índole, sin los que una representación de ópera sería, simplemente, una quimera irrealizable.
Maquillaje y peluquería
Joel es el otro gran responsable en lograr que los cantantes se transformen en sus personajes operísticos. Es el encargado de caracterización, que incluye la peluquería y el maquillaje; comienza su trabajo cuatro horas antes de que suba el telón. Por su camerino pasan desde los solistas consagrados hasta el coro en su totalidad.
Para Joel, caracterizar en ópera es muy distinto de hacerlo para otros géneros como el teatro o el cine. «No tiene nada que ver, y menos en esta produción que es muy surrealista. Aquí tenemos que hacer looks muy impactantes, llamativos e imaginativos, bastente fuera de lo habitual». Estos looks, «basados en los años 40 pero redefinidos y entendidos desde una perspectiva actual», están construídos a base de mucho color y brillo, en especial en personajes como Las Tres Damas. Junto con su compañera Ainhoa reproduce cada día, y casi contra reloj, todos los diseños que le ha hecho llegar el director de escena. Sólo una curiosidad. Una vez terminado el ensayo, ¿cuánto tiempo pasa desmaquillando a todo el elenco? «Se desmaquillan ellos», confiesa divertido Joel. Cuando hablamos con Joel está terminando de maquillar a Izaskun, una contralto del Coro Easo. No es la primera vez que participa en una ópera, pero le siguen impresionando sus interioridades. «Es impresionante el trabajo entre bastidores. La cantidad de gente que trabaja, el tiempo cómo lo miden. Es una organización muy compleja». Su trabajo tampoco es fácil, porque los coralistas tienen que moverse en función de indicaciones escénicas que no siempre son fáciles de realizar. «En este caso concreto no tenemos demasiado movimiento, pero hay muchos elementos en el escenario y moverse entre ellos es complicado. Además, estamos casi a oscuras». Izaskun, empero, reconoce que cantar una ópera no tiene nada que ver con su trabajo habitual en el coro. «La actitud, la proyección de la voz... todo es muy diferente».
Afinando
El encargado de solventar estas dificultades y de hacer que los elementos musicales confluyan con los escénicos ha sido Borja Rubiños, el maestro repetidor de esta «Flauta Mágica». «El maestro repetidor reproduce al piano todo lo que va a tocar la orquesta para que podamos montar toda la escena y la parte técnica. Durante un mes ensayamos todo con el piano, y sólo en los últimos días la orquesta, que ha estado ensayando por su cuenta, se une para terminar de darle forma a la representación». El repetidor es también el asistente del director musical y debe conocer los tempos y las tradiciones de la ópera que éste va a seguir en su interpretación. «Tengo que saber con antelación cómo quiere las cosas de rápidas o lentas y sus criterios interpretativos, para que cuando llegue a los ensayos vaya todo perfectamente coordinado con el movimiento escénico. También si hay alguna modificación en los diálogos, donde están los pies en los que entra la música, y todas esos pequeños detalles escénicos que afectan a la parte musical». Este trabajo puede llegar a ocupar hasta cinco semanas de ensayos en función de la duración de la ópera y la complejidad del papel de los solistas, que a diferencia de la orquesta, suelen ensayar desde el primer día.
Casi son las 18.00, hora de inicio del ensayo,camino de la regiduría nos encontramos con Martin Kafka, Luis Díaz y Ion Ibarzabal, los niños adictos al chocolate que guiarán a Tamino y Pamina hacia el final feliz de sus aventuras. Dicen que no están nerviosos, pero que seguro que les entrará algo de pánico un par de minutos antes de salir al escenario. Las casi dos mil personas que les estarán mirando parece que no les imponen demasiado, pues parecen muy confiados. «Todavía no lo sabemos muy bien -dice Asier-, porque en estos ensayos no hay gente, pero supongo que será muy impresionante». Lo que más le preocupa a Martín es hacerlo bien. «Hacemos muchos movimientos y bailamos. Pero el local de ensayo era mucho más pequeño que este, y aquí tenemos que movernos mucho más rápido para hacerlo todo igual».
Vigilándolos con satisfacción, está Gorka Miranda, su director y el de la Escolanía Easo. Reconoce que «para niños tan pequeños esto es mucha responsabilidad, en la medida en que están solos y cualquier fallo es más visible. Además tienen que actuar, moverse por el escenario, saber donde colocarse e incluso medir el tiempo. Eso complica bastante el trabajo y hay que buscar un perfil específico de niño que lo pueda hacer bien». Pero tanta responsabilidad no quita que los niños se lo terminen pasando pipa. «Para ellos no hay nada más lúdico que esto: a veces hasta te cuesta centrarles de lo que disfrutan haciendo ópera».
Ya en regiduría nos espera Mar Egiluz. Ella es la capitana del barco una vez que comienza la función. «La regiduría se encarga de controlar todo lo que sucede sobre el escenario coordinando al equipo técnico y artístico. Doy las entradas de los artistas, indico los movimientos de la maquinaria... El regidor es el jefe del escenario».
Un regidor de ópera, además de una formación técnica, tiene que saber música para entenderse con el director de orquesta, pero para Egiluz «sobre todo tienes que tener unos nervios de acero para poder calmar a todos los demás. Y, en el caso de que se produzca, poder solucionar las situaciones comprometidas. El buen regidor se hace a base de experiencia». A su disposición cuenta, por supuesto, con un buen equipo humano y un complejo sistema de comunicación que incluye intercomunicadores, monitores de vídeo y hasta un sistema de q-light, una especie de semáforo con el que le indica al maestro cuando puede arrancar con la música.
Nos cuenta Egiluz que aunque el director de escena es quien concibe el niño, ella es quien realmente lo echa a andar. Pero mira el reloj y ya son casi las seis. Debe dejarnos, porque la función está a punto de comenzar. Se acerca a un micrófono y su voz resuena en todos los recovecos del Kursaal, pidiendo a todo el personal que estén preparados se dirijan a sus puestos. Instantes después las luces se apagan y resuenan, majestuosos, los tres acordes con que da comienzo «La Flauta Mágica». La magia de la ópera, una vez más, se apodera del escenario.