CRíTICA: «La luna»
Si el Principito fuese un marino genovés
Mikel INSAUSTI
Soy el primero en reconocer que el tratamiento que le damos algunos críticos a los cortometrajes es imperdonable, pues rara vez, salvo honrosas excepciones dentro de la profesión, les concedemos el espacio y la atención que toda obra cinematográfica, dure lo que dure, merece. Para empezar a llenar el vacío a tanta pieza breve ignorada, voy a dedicarle un comentario destacado a la creación animada del italiano Enrico Casarosa que completa la sesión en que se proyecta «Brave».
«La luna» es una auténtica maravilla que fue nominada al Oscar, finalmente ganado por «The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore», a pesar de su menor encanto. Para el animador genovés ya fue una recompensa ser reconocido en la Ceremonia y no ha dejado pasar la oportunidad que le ha brindado Pixar, incluso a sabiendas del altísimo nivel de exigencia que el estudio de Emeryville plantea a sus debutantes.
Además de pasar la prueba de iniciación en solitario con nota alta, Casarosa se desmarca del tipo de animación digital en 3D de otros cortos de la casa, gracias a que la imagen final conserva la inspiración de un story-board previo hecho con acuarelas. Otro tanto puede decirse de su vocación cinéfila, que remite a las películas mudas de Méliès, y más en concreto a su obra pionera «Viaje a la luna». Esa poderosa influencia se conjuga a la perfección con la estética de las ilustraciones creadas por Saint-Exupéry para «El principito». A dicha poderosa influencia gráfica hay que sumar la de los maestros del anime japonés, tanto de Hayao Miyazaki como de Osamu Tezuca.
Me conmueve especialmente el momento en que el niño observa en la barca los gestos sucesivos de su abuelo y de su padre, intentando imitarlos. Son apenas unas viñetas que transmiten el conflicto generacional del hijo y nieto que sale por primera vez a la mar, sin terminar de decidirse entre uno u otro modelo de comportamiento a seguir. El dilema se irá resolviendo a través de la propia intuición, la que surge en el corazón deslumbrado de quien descubre el secreto del horizonte marino en una luna estrellada, que se revela increíblemente cercana.