CRíTICA Quincena
Una flauta mágica y delirante
Mikel CHAMIZO
La propuesta escénica de Alfonso Romero concibe la acción y los personajes de “La Flauta Mágica” como el fruto de los delirios de un piloto de aviación de la 2ª Guerra Mundial que ha sido mortalmente herido. En sus sueños febriles él es Tamino, la enfermera que le cuida es su amada Pamina, y un compañero del hospital que toca la armónica es el pajarero Papageno. El paralelismo de los dos universos, el real y el onírico, parece al principio un descubrimiento de una fuerza poética desbordante, y la puesta tiene efectivamente gestos e ideas bellísimas y emocionantes. Pero en otros puntos decae y parece un tanto cogida por los pelos. La excusa del delirio abre la puerta a incursiones que serían absurdas en otro contexto, como la de los Blues Brothers narrando la última prueba o el cambio constante del vestuario de Sarastro, símbolo de que la sabiduría se esconde bajo cualquier apariencia. La de Romero es una reinterpretación de “La flauta mágica” para conocedores de la obra, con demasiada miga para una crítica tan corta como esta, pero en términos generales muy satisfactoria y, a pesar de su ritmo lentísimo a veces, perfectamente llevadera.
El aspecto musical fue también correcto, empezando por la dirección de un Jaime Martín que debutaba en un foso de ópera con esta “Flauta Mágica”. Al margen de varios deslices en la coordinación con el coro y alguna entrada de los metales, fue la suya una versión analítica, en la que se escuchó cada detalle de la partitura de Mozart, muy bien explicada sin por ello resultar cuadriculada. Vocalmente brilló el dúo protagonista, especialmente la Pamina de Auxiliadora Toledano, que hizo fáciles los pasajes más arduos de un papel a veces infravalorado en su dificultad. La Reina de la Noche de Jeanette Vecchione adoleció de proyección y su conocidísimo Der Hölle Rache fue problemático. Leigh Melrose, en la línea de lo que Papageno requiere, fue un gran actor y un cantante correcto.