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Guillermo Martorell Martinón Criminólogo y excorresponsal de «Kale Gorria» en Canarias

Pepe Rei

«El periodista canalla» era un matemático de la profesión. Manejaba mucha información, filtrándola y ponderándola, aplicaba el análisis multifactorial sobre ella hasta conformar una ecuación

Es difícil escribir con el corazón. De repente sentimientos, emociones, recuerdos y añoranzas se apoderan del pensamiento, queriendo hablar todos a la vez, y es todavía más complicado cuando hay que hacerlo de Pepe Rei.

Era una tarde del 19 de agosto de 2002, estaba en mi tierra, Gran Canaria, andaba detrás de un viejo conocido de Rodríguez Galindo, el no menos célebre Luis Astiazarán Iraola, el cual empezaba a hacerse conocer en el sur de la isla, dejando huella a su paso con su sello único e inconfundible: denominación de origen Intxaurrondo. Sonó el móvil, era Pepe, siempre trabajando. Hablamos de temas del «Kale Gorria» y de cómo iban las cosas por las islas, estaba siempre pendiente de los suyos. A la mañana siguiente recibo una llamada de su compañera, me dice que Pepe ha sufrido un accidente de coche, quería saber a qué hora había hablado con él la tarde anterior. Fue un golpe muy duro.

Ha pasado una década desde entonces, y desde su retiro forzado el padre de libros como «La red Galindo», «Garzón, la otra cara», «Intxaurrondo, la trama verde» o «El Jesuita» sigue presente en mi memoria. Su obra, su legado, su hacer, han marcado un antes y un después en la historia reciente de Euskal Herria y del periodismo de investigación. El hombre que con «Egin» «Investigación», «Ardi Beltza» y «Kale Gorria» desafió y puso en jaque al Estado español demostró muchas cosas y nos dio muchas lecciones. Una de ellas, y casi la más importante, es que con coraje, inteligencia, tenacidad, un teclado y mucha honestidad se puede desmantelar el terrorismo de Estado. Otra, no menos importante, que va de la mano de la anterior, hace referencia a dos palabras mágicas que definen lo que tiene que hacer un periodista de investigación: detectar y describir el fenómeno objeto de estudio, ni más ni menos... para valoraciones, los curas, videntes, telepredicadores y tertulianos. Parece sencillo y obvio, sin embargo no lo es. Pepiño lo hacía como nadie.

«El periodista canalla» era un matemático de la profesión. Manejaba mucha información, filtrándola y ponderándola, aplicaba el análisis multifactorial sobre ella hasta conformar una ecuación con todos sus componentes y dimensiones. Si en la misma quedaba alguna incógnita por despejar, el daba con la fórmula apropiada... era como un don natural, alimentado, eso sí, de un oficio pulido a base de trabajo y más trabajo. Si algún día se creara un algoritmo que detectara la corrupción política, policial y judicial debería llevar su nombre. Todo esto y mucho más motivó que fuera un hombre temido, odiado, perseguido, encarcelado y criminalizado por los eternos amantes del poder -los que se alimentan de su basura-, y especialmente envidiado por «colegas» de profesión que nunca le han perdonado dos cosas: jamás se vendió y nunca traicionó a la verdad.

Hay ausencias que crean vacíos peligrosos. Estas favorecen la existencia de los fontaneros del Estado, de los carroñeros que cohabitan en la fauna política de Gasteiz, Madrid o París, de los torturadores a sueldo del poder, de los narcotraficantes con licencia y de muchas especies análogas que han transitado por este país, y que aun permanecen entre nosotros estos últimos años. Normalmente la vida de estos especímenes se hace más sencilla cuando no sienten un control sobre su día a día, cuando no existe una denuncia objetiva y sistemática que fiscalice sus acciones, haciéndolas públicas de cara a la ciudadanía, permaneciendo invisibles a pesar del ruido que ocasionan. Esto los hace más fuertes, indetectables... casi invulnerables. Es un hecho preocupante y existente, que pasa desapercibido con demasiada frecuencia.

Diez años después, Pepe Rei está más presente y vigente que nunca. Aunque el escenario en el que vivimos ha cambiado, muchos de los actores que el detectó y destapó siguen entre nosotros, al igual que las historias por él denunciadas: distintos nombres, distintas caras... pero la canción es la misma. El gallego autor de «La cloaca vasca» se enamoró de esta tierra, la hizo suya, defendiéndola y respirándola con vehemencia y pasión. Aún lo sigue haciendo, eso es algo que no debemos olvidar.

Euskal Herria está en deuda con Pepe, siempre lo estará.

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