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Mikel Etxeberria Militante de la izquierda abertzale

Nuevas formas, pero sin bajar los brazos

Reflexiona el autor sobre la situación del independentismo de izquierdas, hoy en día con «una potencia electoral». No obstante, recuerda que la confrontación democrática requiere una importante «inversión en lucha popular», sin dejarlo todo exclusivamente en la acción institucional y de élite política.

Toda nación inmersa en un proceso de liberación va adaptando sus formas de observar la realidad y responder ante ella en virtud del ciclo estratégico de lucha en el que se encuentra. Pueblos que se han visto obligados a abrirse un hueco en el mapa recuperando su soberanía y su territorio por medio de la guerra contra los ocupantes más tarde han tenido que reconvertir sus puntos de vista y métodos para afrontar la tarea de construir un país y de asentarlo firmemente, ganándose el respeto del concierto internacional y desarrollando un proyecto de futuro para sus ciudadanos, miembros ya de pleno derecho de un estado libre.

Va a cumplirse un año del anuncio solemne por parte de ETA del cese definitivo de su campaña armada, lo que supuso el colofón a un proceso de transformación estratégica del conjunto de la izquierda abertzale dirigido a provocar un cambio de ciclo histórico en Euskal Herria que significaba el fin del enfrentamiento armado con el Estado español. El proceso de liberación nacional y social se desarrolla sobre coordenadas de orden local e internacional, cada vez más de estas últimas. En virtud del análisis de todos esos parámetros y de los intereses propios del conjunto de la izquierda abertzale, se decidió afrontar el cambio de ciclo, cerrando la línea de intervención político-militar que se venía sosteniendo durante décadas para dar comienzo a otro nuevo ciclo exclusivamente político, caracterizado por lo que venimos a denominar confrontación democrática.

Decidimos dejar atrás una forma de actuación mantenida a lo largo de varios decenios para poner en marcha un modo diferente de analizar lo que sucede a nuestro alrededor y de responder debidamente al respecto.

Exactamente igual que durante el pasado siglo XX hicieron otros pueblos que hoy en día son estados reconocidos y consolidados, nosotros también nos lanzamos a cambiar los parámetros según los cuales se venía desarrollando la lucha de Euskal Herria por su libertad, para generar lo antes posible la energía democrática y popular que nos llevará a recuperar la soberanía nacional y la integridad territorial.

Ha sido un cambio de óptica bastante radical y que se ha llevado a cabo en un tiempo relativamente breve. De encontrarnos perseguidos, proscritos, condenados al ostracismo por el abominable y perverso maridaje entre políticos y periodistas al servicio de España, hemos saltado a ser una potencia electoral con su mayor representatividad popular nunca antes lograda y con más que razonables posibilidades de alcanzar la Lehendakaritza vascongada, e incluso la de Nafarroa.

Desde luego que si el único objetivo del cambio estratégico hubiera sido alcanzar altas cotas de poder institucional en el menor tiempo posible, ya podríamos echarnos a descansar y vivir de las rentas de la maniobra. Pero ese no era, ¡ni mucho menos!, el objetivo. Si alguien creía que esa era la meta, no solo se equivocaba, sino que no había entendido nada. Y si visto lo logrado y disfrutando de lo presente hay alguien que piensa que aunque no fuera entonces el objetivo ahora sí que se va a convertir en meta, pues además de seguir sin entender lo que ocurre es que tampoco conoce la izquierda abertzale. No va a haber ácaros de la moqueta que impidan, frenen o hipotequen el camino a la independencia. Que quede esto muy claro.

El nuevo ciclo estratégico iniciado por la izquierda abertzale entraña, ya lo hemos dicho, una diferente forma de analizar las situaciones y otro esquema de respuesta. Sin embargo, esto no significa en modo alguno enterrar formas clásicas de lucha democrática y popular para dar paso a la acción exclusivamente institucional y de élite política. Esa no es la idea. Si hasta hace poco se avanzaba hacia la independencia por la combinación dialéctica de las luchas política y militar, podríamos decir que ahora lo planteamos desde la lucha de masas y la institucional, desde la batalla ideológica, la de las ideas. Debemos lograr la correcta armonización de todos esos recursos para recuperar lo antes posible nuestro estado, nuestro lugar propio en Europa y en el mundo.

Así las cosas, no podemos ahora, bajo ningún concepto, pasarnos de un extremo a otro; no podemos saltar de la resistencia y la rabia iluminando las calles a la pasividad contemplativa de quien confía en que las élites políticas propias resuelvan los contenciosos.

La confrontación democrática va a requerir una importante inversión en lucha popular, porque aunque seamos más y la mayoría de la sociedad vasca esté por la soberanía, España no nos va a soltar por las buenas. Iremos soltando amarras desde las plataformas institucionales disponibles y desde nuestra propia vida como ciudadanos que queremos ser exclusivamente vascos; pero las sogas con las que España y Francia, no nos olvidemos, nos tienen cogidos del cuello, esas habrá que cortarlas, y ni son de seda ni nos lo van a consentir de forma gratuita.

Debemos adecuar al nuevo ciclo las formas de lucha. Si bien esto es imperativo, tampoco podemos comenzar a ofrecer síntomas de un cierto síndrome expiatorio que nos lleve al complejo de haber sido los malos malísimos y pretender ser ahora los mas inmaculados. Observamos que, en ocasiones, a la hora de responder ante flagrantes agresiones, nos atrapa un extraño miedo a ser bruscos, y moderamos tanto la reacción que la acabamos ahogando nosotros mismos. Y tampoco es eso. A ver si resulta que ahora nos vamos a pasar de frenada. Porque responder a los ataques, hay que hacerlo. La vía política no implica bajar los brazos y encajar las agresiones con expresión franciscana y resignación. ¡Nada de eso!

Nos encontramos inmersos en una crisis del sistema capitalista y con España en una caída libre al abismo que nos puede -y, de hecho, lo hace- arrastrar a los vascos; porque, aunque no queramos, pertenecemos a ese Estado. En semejante contexto, y aunque estemos en un ciclo exclusivamente político, ¿supone eso que debemos abandonar la autodefensa del pueblo trabajador vasco, de los parados, que no podamos levantar barricadas o llamar a la huelga general? Pues no, porque la lucha política, la confrontación democrática significa de forma indelegable estar en primera línea de defensa de los intereses sociales y nacionales de Euskal Herria. Como ayer. Como siempre.

Tenemos, además, un importante frente que cerrar del ciclo anterior: nuestros prisioneros y exiliados. Hemos alertado ya en muchas ocasiones sobre las previsibles intenciones del Estado de utilizar las llaves de las celdas para condicionar el desarrollo del proceso democrático. Neutralizar esa pretensión y traerlos a casa no va a ser una batalla nada fácil. Recordemos unos versos de Lauaxeta: «¡Para que ilumines a un pueblo con la libertad, nunca se abrirán las puertas de la prisión!».

Así pues, nuevas formas, sí, pero sin dar un paso atrás por complejo alguno. Entre otras cosas, porque son muchos los pasos que va a haber que dar hacia adelante para alcanzar la independencia y el socialismo, para organizar una nueva sociedad, más igualitaria, más justa, más libre.

España está en una fosa económica, política, social que ella misma se ha cavado. Podemos aprovechar este momento crítico del Estado que ocupa Hego Euskal Herria para hacer de su nicho un horizonte prometedor para la Euskal Herria libre y soberana.

Está en nuestras manos, en nuestra lucha, lograr que el independentismo se extienda sobre la tierra vasca como la más prometedora ilusión de futuro.

Cinco siglos después, quizás nunca antes tuvimos un mar tan ancho.

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