El segundo concierto de la Orquesta de París en la Quincena Musical volvió a tener el mismo protagonista negativo, el director Yoel Levi. El de Schumann no es como otros conciertos para piano del repertorio, en los que el piano y la orquesta pueden ir, hasta cierto punto, independientes para encontrarse en puntos concretos. En el de Schumann hay un enorme trabajo camerístico, de detalles musicales que deben ser resueltos en conjunto por solista y orquesta. Cómo puede alguien dirigir un concierto como este sin mirar ni una sola vez al pianista -me fije expresamente en ello-, es un misterio que solo se puede explicar por la actitud pavorosamente rutinaria de Levi ante estos conciertos en Donostia, que para él han debido de ser poco más que venir a recoger el cheque. A pesar de los muchísimos problemas que le creó el desinterés de Levi, con varios pasajes al borde del desastre, el concierto salió adelante porque Neuburger puso el doble de su parte para coordinarse con la orquesta. Por supuesto, para lograrlo tuvo que renunciar a construir una versión con personalidad propia de su parte, pero su sacrificio fue una muestra de responsabilidad admirable. La segunda parte tuvo como objeto a una de las grandes sinfonías del repertorio, la «Heróica» de Beethoven. La Orquesta de París se mostró entregada a la interpretación y a las exigencias de Levi, centradas en los acentos y los ataques de cada frase. Pero, tal y como ocurrió en el Dvorák del día anterior, no había una visión clara de la forma, de a dónde va cada movimiento y cómo se relaciona cada sección con las demás. Especialmente decepcionante fue el cuarto movimiento, en forma de variaciones, que comenzó bien pero cuyo crecimiento Levi no supo gestionar. El resultado fue una interpretación correcta, sí, pero también plana y, por lo tanto, aburrida.