Raimundo Fitero
El tono
El mismo apellido, dos destinos. Durante muchos años dos héroes. Ahora un muerto histórico y un proscrito. Neil Armstrong fue el primer hombre que según la leyenda aceptada como verdad, pisó la Luna. Ha muerto con todos los honores. Su frase sobre la significación de su paso para la humanidad se ha inscrito en los calendarios, su conversión religiosa, su actividad civil posterior, queda amparada por la mitología. Ha simbolizado un reto, una supremacía, un hito en los tiempos de la guerra fría que se mantiene como un rescoldo que se puede soplar cuando convenga. Nadie se pregunta hoy ni por la supuesta mentira del acto, ni las consecuencias de esos viajes más allá de su virtualidad militar.
Pero el otro Armstrong, Lance, el ciclista, el de los siete maillots amarillo, el considerado superhombre que superó un cáncer de testículo y posteriormente se convirtió en el ciclista más laureado, acaba de ser lanzado al fondo del ostracismo. Se le acusa de dopaje continuado, por lo que va a ser desposeído de todos los Tours, medallas olímpicas y queda inscrito en la lista de los deportistas más indecentes de la historia. Es una nueva puñalada al ciclismo. Una manera de certificar la gran mentira, el uso y abuso de sustancias dopantes en todos los estamentos de la serpiente multicolor, la confirmación de una sospecha mantenida durante décadas, pero que ahora, por las razones políticas que sean, se convierte en una acusación bastante difícil de contrarrestar.
Y así ha sido como el texano renuncia a seguir defendiéndose. Se ha visto acorralado, solo, luchando contra todos los aparatos burocráticos, científicos y políticos que quieren ejemplarizar con su caso. Y de paso mandar al ciclismo al averno. ¿Quién se va a creer nada de nadie? Si se mira estos días los que encabezan los primeros lugares de La Vuelta, tienen un curriculum repleto de incidentes y sanciones, pero siguen en lo más alto, desafiando a la lógica, la justicia, la ética y el sentido común. Mañana saldrá otra noticia en el mismo sentido, se echarán las manos a al cabeza, culparán a un antihistamínico o un chuletón y seguirán ensuciando su biografía y el deporte en general.