En agosto la Quincena Musical monopoliza la vida clásica de Donostia. ¿Qué otra  propuesta podría competir con sus más de 70 conciertos y sus orquestas y directores de primer nivel? Al final ha sido algo tan de casa y tan popular como una zarzuela, opereta más bien: la “Katiuska” de Pablo Sorozabal, programada este fin de semana por Donostia Kultura en colaboración con la asociación Sasibill, sin cuya obstinada defensa del género en esta ciudad solo se oiría zarzuela muy de ciento en viento. Es cierto que las producciones de Sasibill son humildes, en ocasiones muy humildes, pero se han convertido en un clásico de la ciudad que siempre consiguen hacer disfrutar a un público que sabe perfectamente  a lo que va y que está dispuesto a apoyar a un género, el de la zarzuela, de futuro tan incierto. La segunda representación, al menos, estaba prácticamente llena.

Una escenografía básico pero funcional y un vestuario ramplón pero inconfundiblemente ruso nos metieron en el ambiente de una «Katiuska» correctamente actuada, con una Tatiana y un Brunovich muy graciosos, pero algo menos finamente cantada. Fue reseñable la dulce Katiuska de Miren Urbieta, algo menos el rígido Pedro Stakof de Andrés del Pino, y bastante problemática la afinación de José Antonio Moreno como Príncipe Pedro. Arkaitz Mendoza hizo un buen trabajo desde el foso concertando las voces de los cantantes, que parecieron muy cómodos bajo sus órdenes, pero no pudo extraer mucho más de una orquesta demasiado justa en todos los aspectos. En cualquier caso, en términos generales fue una más que amena representación de este clásico donostiarra.