Si con un teatro lleno, aparecen las dos actrices y sin acabar de entrar en foco ni decir palabra, el público rompe en un aplauso cerrado, estamos ante un fenómeno que escapa a su valoración estrictamente teatral. Esta conexión más allá de cualquier gesto o convención, condiciona de manera constante el desarrollo de la obra. Un texto aparentemente creado para las dos actrices, pero que no tiene nada biográfico, aunque existan constantes guiños de proximidad, como si algunos pasajes se intentara confundir entre personajes y actrices.

La obra tiene una débil armadura dramatúrgica. Coloca a unos personajes que se muestran espasmódicamente y se sustenta todo el desarrollo a base de frases más o menos destellantes, situaciones reiteradas, conceptos que se envuelven en diferentes formas, pero que vienen a perpetuar una especie de lugar común sobre la soledad, la dependencia de las mujeres de los hombres, o como se repite varias veces, por ser «yonquis afectivas». En todo el desarrollo de la mini-trama, se colocan algunos números musicales que lo festonean y alcanza un punto más cabaretero, escapando de la linealidad de la alta comedia en la que se sitúa.

Pero todo ello se debe defender, y nos encontramos que con todo el favor del público, es Loles León la que mantiene constantemente el tono teatral, el pulso del montaje, en un derroche de matices, de golpes de efecto de cómica con muchos recursos, haciendo parodias, intentando llegar a lugares de tragicomedia a su personaje de funcionaria de prisiones, pero siempre elevando mucho el listón, al que Bibiana Fernández solamente llega cuando se trata de ser una presencia, un cuerpo. Es un divertimento amable, muy celebrado por los públicos populares, enmarcado en una escenografía y vestuario prácticos que le dotan de una valor visual añadido a lo que aportan ellas dos.