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Josu MONTERO Escritor y crítico

Yo era

Yo era de los que se quemaban las manos aplaudiendo. En el teatro, en los conciertos. Aunque el espectáculo no me hubiera encantado. Pero está el siempre esforzado trabajo de quien da la cara ante el público y ofrece lo mejor de sí -sea esto lo que fuere-. Fíjense: los críticos profesionales no aplauden, o lo hacen tan someramente que parece displicencia o ironía o prisa. Juzgan pero no aplauden, no parecen entusiasmarse in situ por la creación ajena, aunque luego leas sus críticas y resulte que les ha gustado. Parece que una cosa es dejarse llevar por la corriente del espectáculo, soltar amarras y desasirse de uno mismo, y otra muy distinta ponderar razonablemente la creación, sopesar, tomar distancia analítica. Últimamente me sorprendo en demasiadas ocasiones aplaudiendo somera e incluso desganadamente. Y me cabreo conmigo mismo. Creo que es un síntoma fatal, y aún no sé muy bien de qué.

Yo era de los que se pasaban las horas muertas en las librerías. Agotaba la paciencia de mis ocasionales acompañantes; así que solía convertirlo en un vicio solitario. Por circunstancias que no vienen al caso, durante bastante tiempo he dejado de frecuentar las librerías; al retomar mis visitas a tan honorables establecimientos comerciales he podido darme perfecta cuenta de que cada vez tienen más que ver con lo de comerciales. Las mesas que hace no mucho ocupaban las novedades literarias, han sido desvergonzadamente tomadas por legiones de infames engendros cuya única similitud con la literatura consiste en que tienen tapas y hojas, y cuya ambición no es otra que convertirse en superventas de medio pelo. La «literatura» va quedando confinada a expositores cada vez más recónditos. El caso es que ir de librerías se está convirtiendo para todo amante de la literatura en un ejercicio masoquista. Y me temo que es solo el principio.

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