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Anjel Ordóñez | Periodista

El dogma de la contradicción

Contradicción: afirmación y negación que se oponen una a otra, y recíprocamente se destruyen». Apocalíptica definición, la del diccionario de la Academia de Lengua. Me vale la primera parte, pero ¿y la segunda? ¿Se destruyen? No sé. Debo reconocer que me miro en el espejo y veo un a tipo complejo, intrincado, muchas veces incomprensible y, casi siempre, contradictorio. Es una especie de adicción o quizá algo mucho peor. No entiendo la existencia sin la contradicción, sin la constante colisión de principios, ya sean epiteliales o profundamente vitales. Siempre he visto a quienes caminan por la vida con rectilínea coherencia, con inquebrantable obediencia a una férrea moral (sea cual sea), como peligrosamente fanáticos o, aún peor, taimados embusteros. Puede que me equivoque (también vivo enganchado a la duda perenne).

Soy del Athletic. No me es nada fácil serlo. Y, a la vez, me es totalmente imposible no serlo. Ambas afirmaciones parecen contradictorias, pero ¿se destruyen? Claro que no. Al contrario: se alimentan de modo recíproco, crecen de forma paralela, solidaria, como partes indivisibles de un todo complejo y profundamente arraigado. Creo firmemente que muchos de ustedes se reconocerán en este planteamiento paradójico y pienso que, de hecho, en este precepto se forja la base de eso que llamamos la «filosofía» rojiblanca. Ejemplos de nuestras contradicciones hay para escribir una larga lista, a la que terminar siempre dando fuego.

El comienzo de temporada que vivimos está poniendo a prueba la resistencia de los cimientos de un proyecto social y deportivo sujeto al sistema disonante al que aludía anteriormente. Su identidad e idiosincrasia convierten al Athletic en un club único en el mundo, y a la vez lo abocan a sobrevivir en un entorno a menudo hostil, regido sin misericordia por la lógica del pecuniae obediunt omnia. Nuestro Athletic, sobra decirlo, perseguirá siempre la victoria. Pero no a cualquier precio. Una osadía que suscita elogios y encierra envidias, una audacia que nos llena de orgullo, pero que, a menudo, nos empapa en angustia. Porque, como dijo Shankly, «algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso».

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