GARA > Idatzia > Kultura

Patrick Alfaya | director de la Quincena Musical

«Quisimos creer que éramos una potencia en música clásica y no lo somos en absoluto»

A Patrick Alfaya le tocó hacerse cargo de la Quincena Musical en uno de los momentos más difíciles de su historia. La crisis económica ha impuesto sucesivos recortes en los últimos años y Alfaya ha tenido que hacer uso de su ingenio para mantener la elevada línea artística del festival contando con mucha menos financiación.

p038_f01.jpg

Mikel CHAMIZO | DONOSTIA

La mañana siguiente de finalizar la 73 Quincena Musical, a Patrick Alfaya, su director, se le veía cansado, pero satisfecho, en su despacho del Kursaal. Una año más el festival se ha impuesto a la sombra de la crisis y miles de personas han participado en las más de setenta actividades que han programado este verano. Con un índice de ocupación de más del 90%, el público de Donostia ha vuelto a demostrar su confianza en el festival de música clásica más veterano del Estado.

Con el último concierto aún fresco en la memoria, ¿cuáles son sus primeras valoraciones de esta edición?

Creo que, en general, hemos tenido una buena Quincena. Además con un gran final, me ha dejado muy satisfecho la gran aceptación que ha tenido entre el público la Orquesta de Bamberg. Que un programa complejo como el que clausuró el domingo, con obras de Stravinsky y Debussy, haya obtenido una respuesta tan favorable por parte del público, es algo estupendo. Muchas orquestas que programan esas músicas durante su temporada suelen tener como público a sus abonados y poco más.

La Orquesta de Bamberg fue una de sus apuestas firmes desde que tomó el mando del festival. ¿Cree entonces que ha seducido al público de Donostia?

Mi impresión es que a la gente le ha gustado mucho y es que, honestamente, es una orquesta que suena muy bien. La mejor prueba de ello es que la han escogido para tocar una Tetralogía de Wagner el próximo año en el Festival de Lucerna. Quizá no sea una de las orquestas más famosas del mundo, pero está ganando terreno muy rápidamente.

Aunque no haya habido ninguna orquesta de las grandes, las cuatro que nos han visitado han traído una variedad de sonidos y acercamientos interpretativos muy diferentes.

También es eso lo que se buscaba, que el festival ofrezca paletas sonoras completamente diferentes. Habrá gente a la que le haya gustado más la Filarmónica de San Petersburgo, que tiene ese toque un poco áspero, y otros que hayan preferido la pulcritud y redondez de la Bamberg. A mí me interesa jugar esa baza y que la gente pueda oir diferentes maneras de acercarse a un repertorio común. Además, en estos momentos traer a una de las cinco o seis grandes, como la Concertgebouw de Amsterdam, la Filarmónica de Berlín, la de Viena, la de Dresde, Leipzig... es imposible para nosotros, porque estas orquestas no han bajado ni un euro sus cachés. Con otras agrupaciones puedes negociar, pero con las grandes o pagas lo que te piden o no hay nada que hacer. Y yo no le veo ningún sentido a gastarnos una cuarta parte del presupuesto total del festival en traer una sola orquesta.

¿Se ha quedado satisfecho con el rendimiento artístico que han mostrado las orquestas en sus conciertos?

Sí. La Orquesta de la Hallé demostró una solidez tremenda, capaz de abordar casi cualquier repertorio con gran integridad, y la gente del Orfeón estaba encantada con Mark Elder, les sorprendió mucho lo bien que sabía trabajar la voz. Es una gran maestro de lo vocal, ha trabajado mucho el repertorio operístico y oratorios como la «Misa Glagolítica», pero es un director que principalmente desarrolla su actividad en el Reino Unido y por eso no es tan conocido como un Claudio Abbado. Aunque no todo haya sido maravilloso, sí puedo afirmar que no me he llevado ninguna decepción con las orquestas. El «Iván el Terrible» de la San Petersburgo me entusiasmó, aunque la «Patética» que hicieron no la sentí tanto. El Debussy que tocó la Orquesta de París, el «Preludio a la siesta de un fauno», que para mí es una de las obras más maravillosas de la historia de la música, no me llegó del todo en su interpretación. Y al contrario, «El mar», que dirigió el domingo Jonathan Nott, me pareció extraordinario. En general tengo una opinión bastante buena de cómo se ha desarrollado el ciclo sinfónico.

Este año ha tenido bastante protagonismo el Orfeón Donostiarra y la música sinfónico-coral. ¿Ha habido alguna apuesta concreta de la Quincena por este género?

A las orquestas que vienen a Donostia a dar más de un concierto, sean dos o tres, siempre intentamos convencerles para que en alguno de ellos colaboren con los coros que tenemos aquí. Este año lo han hecho tres veces con el Orfeón, y no es porque el Andra Mari no sea un coro estupendo, pero el Orfeón es el que tiene renombre internacional y los directores lo eligen directamente. Van a lo que conocen y a veces es un poco frustrante, porque, con todo el respeto para el Orfeón, que es un coro magnífico, también nos gustaría que colaborasen con el Andra Mari y con el Easo. De momento solo lo hemos conseguido con Jurowski, que dirigió la «Sinfonía Fausto» de Liszt con el Easo y el coro lo hizo muy bien.

La programación de este año incluía nombres menos famosos que en ediciones anteriores y bastantes obras no muy comerciales. ¿Ha respondido bien el público a estos cambios?

Hubo gente que pensaba que no iban a funcionar entre el público las obras comprometidas que hemos programado. Pero para mí todo se puede resumir en lo que ocurrió con el concierto de clausura, quizá el de repertorio más inusual de todos. Al final vendió más de 1.600 entradas y el público, a pesar de encontrarse con solo media orquesta en la primera parte, mostró un silencio e interés muy respetuoso y al final se fue a casa realmente satisfecho. En cuanto a los grandes nombres, los Mehta, Muti, Maazel... sus cachés se mueven en cifras imposibles. Y te diré, además, que las últimas veces que he visto a alguna de estas estrellas en la Quincena no me han convencido en absoluto. Cobran junto con su orquesta un precio salvaje y luego, a veces, no ofrecen lo que se espera de ellos. Sin embargo, una orquesta como la de Liverpool, que vino el año pasado, sin ser muy conocida firmó un Shostakovich de muy alto nivel. Creo que va a ser este el camino que vamos a seguir en las próximas ediciones, en parte por razones presupuestarias, pues hemos perdido muchísimo dinero en los últimos años, y porque hay muchas otras orquestas ahí fuera, además de las grandes, que pueden ofrecer conciertos de la máxima calidad.

Pero los grandes nombres son los que, en cierta medida, marcan el estatus de un festival clásico. ¿Esta ausencia de estrellas no va a suponer un cambio en la imagen exterior de la Quincena, pasando de un festival con mucho gancho a uno para conocedores?

Es verdad que han desaparecido de circulación ciertos artistas, especialmente en el aspecto lírico. Juan Diego Flórez, por ejemplo, que en el pasado estuvo varias veces en la Quincena, ha multiplicado su caché por cinco en los últimos años. Y lo peor no es eso, es que piden el triple por actuar aquí de lo que piden por hacerlo en Francia. Es una idea que se ha generalizado entre los artistas clásicos: España paga más que los demás. Jonas Kaufmann, en una entrevista para «La Vanguardia» hace unos días, dijo que el gran problema de la música clásica aquí es que los programadores habían pagado lo que no estaba escrito por traer a las estrellas.

Y ahora es muy difícil luchar contra eso. Vamos a tardar por lo menos una década en conseguir que los artistas vengan cobrando sus cachés europeos, y a muchos de ellos no les interesará venir en esas condiciones. Nos hemos querido creer que España era una potencia de la música clásica y la realidad es que no lo somos en absoluto, ha sido un burbuja alimentada con dinero.

¿No somos los propios aficionados responsables, en parte, de que nuestro circuito clásico sea de segunda división? En Madrid, Gerard Mortier ha conseguido llevar al Teatro Real al centro de las miradas europeas, y, sin embargo, se le está haciendo una campaña de acoso y derribo que va mucho más allá de lo razonable.

No conozco al señor Mortier personalmente, pero tiene todo mi respeto. Dicen que uno de sus problemas es que presupuestariamente siempre se pasa de lo estipulado, y eso es algo que como gerente que usa de dinero público no me gusta. Ahora bien, si alguien ha puesto al Teatro Real en Europa, ese ha sido Mortier. Y presupuestariamente el Real no es uno de los grandes teatros europeos, como la Bastilla o como La Scala, que tienen mucho más dinero. Lo que pasa es que, aquí, a mucha gente no le gusta que venga nadie de fuera a decirle como tiene que hacer las cosas, al «País de Sarasate». Pero pocas personas hay hoy en día con tanto conocimiento del mundo lírico como Mortier, y estoy seguro de que sus proyectos están perfectamente meditados y no deja nada al capricho. Yo soy madrileño y reconozco que Madrid no es una ciudad cosmopolita, por eso tener a una figura como Mortier, que podría estar en cualquier teatro del mundo, no viene nada mal para poner en su lugar a algunas personas.

Una consecuencia de la ausencia de músicos internacionales ha sido el mayor protagonismo de músicos de Euskal Herria.

Sí, y además ha habido una gran mayoría de conciertos protagonizados por estos músicos que han tenido llenazos. En Santa Teresa, en el Victoria Eugenia, en la Quincena Andante, aunque tienen aforos más pequeños, prácticamente se ha vendido todo. No es una cuestión de localismos, pero un festival debe buscar sinergias con el territorio donde está y crear vínculos. Y si los músicos encima son buenos, pues magnífico. El concierto de Raquel Andueza, por ejemplo, a mí me pareció maravilloso. ¿Por qué vas a traer a Estefania Longoni -me acabo de inventar el nombre- desde Parma si Raquel Andueza lo puede hacer tan bien? Así estás aportando tu granito de arena a la carrera de los músicos locales y además tienes una implicación diferente por parte del público, al que también le gusta ver a los artistas de su casa. Mi idea, para los próximos años, es seguir con la misma cantidad de músicos de aquí. Si son buenos, ¿por qué no? Y hacerles también colaborar con los grandes músicos que nos visiten, como ha pasado este año con Zacharias, que ha tocado «La trucha» de Schubert con el Cuarteto Arriaga.

 

Verdi, Wagner y la destrucción de Donostia

El 2013 va a ser un año de celebraciones operísticas en todo el mundo con el bicentenario de los nacimientos de Verdi y Wagner. La Quincena escogerá su ópera entre los títulos del primero -aún desconocemos cuál-, y rendirá algún tipo de homenaje, pequeño, al genio alemán. Pero la idea de Alfaya es vertebrar el festival en torno a las celebraciones del bicentenario de la quema y destrucción de la ciudad. «Mi idea gira en torno a la `Segunda sinfonía' de Mahler, la `Resurrección', que probablemente haremos. Programaremos músicas que giren en torno a la vuelta a la vida de una ciudad tras su destrucción. En torno a la va voluntad de la ciudadanía para resurgir de sus cenizas. En música hay muchas obras en torno a esa temática, de Hindemith, Strauss, Nielsen..». Lo que no habrá será música militar. «La guerra es algo horrible y yo no soy nada militarista -reconoce Alfaya-. Prefiero centrar el festival en la capacidad para reconstrucción que en la destrucción». Todavía se conocen pocos nombres, pero ya se han filtrado los de los directores Robin Ticciati y Vladimir Jurowsky. En el apartado sinfónico estará la Orquesta de Cámara Europea y «una importante orquesta rusa». Pero Alfaya es prudente a la hora de dar más nombres, «porque la incertidumbre económica que tenemos es muy grande». M.C.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo