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Alberto Pradilla Periodista

Odio al empleado del mes

Barajas, 7:45. Vuelo 5.315 de Ryanair entre Madrid y Santiago. Un pobre viajero lucha contra una de las trabajadoras de ese operador de autobuses con alas que denominamos low coast. Su maletita con ruedas, el corsé de nuestras más íntimas posesiones, se sobra por un centímetro. La empleada de camisa blanca (el resto la lleva azul) lo tiene claro: si insiste en embarcar con equipaje tendrá que rascarse el bolsillo. «¿Quieres que lo midamos?», repite, levantando la voz. «Traedme la cinta métrica». Podría mostrar algo de comprensión y entender que las medidas estándar pueden flexibilizarse. Pero por su boca habla la cuenta corriente de Michael O´Leary, presidente de Ryanair.

Con su gesto despótico, seguro que se ha ganado un minipunto para aparecer en la orla de empleado del mes, aunque me gustaría verla tan gallarda frente a los pasajeros de un vuelo que casi se estrella porque su querida compañía escamoteaba carburante.

Manda huevos que se ponga estupenda la asalariada de una empresa que celebra con una musiquilla cada aterrizaje. Signo inequívoco de que debemos agradecer el hecho de estar vivos. También es cierto que la soberbia es una de las características fundamentales de los «encargadillos» o aspirantes a trabajador del mes. Gente servil y mezquina que, con apariencia de abnegación, guarda devotamente la doctrina del amor a la empresa. Da igual lo precario de su trabajo. Su sumisión se ve recompensada con el orgullo que les produce que el amo palmee su hocico. Por los 50 euros de más que le proporciona llevar la gorra dorada del McDonalds, delatan a sindicalistas, hacen la cama a compañeros y justifican cualquier desmán corporativo, por injusto y aberrante que este sea.

La tipa de Ryanair, la cajera del Mercadona que trató de frenar a los sindicalistas del SAT que expropiaban carritos o el director de oficina que cumplió las previsiones del banco estafando con preferentes son grados distintos de un mismo modus operandi. El de un beligerante «virgencita, que me quede como estoy». Para más desfachatez, se justifican con el «solo soy un mandado». Como buenos esclavos, son más ryanairistas que O´Leary. Más macdonalistas que el puto payaso Ronald.

Gramsci odiaba a los indiferentes. Yo odio a los encargadillos y empleados del mes; antónimos de la empatía que con su sumisión logran que el mundo sea un poco más inhumano.

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