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Oskar Bañuelos Periodista

Coherencia política y pragmatismo

Se nos están abriendo dos puertas: la primera lleva hacia un nuevo marco jurídico-político y social; y la segunda conduce a acomodaticias conquistas políticas o de gestión y poder

Lo reconozco, llevo varias semanas -más concretamente desde que Patxi López dio el pistoletazo de salida a la campaña electoral- haciéndome la misma pregunta: ¿De cara al 21-O, EH Bildu qué busca, ganar las elecciones o cambiar las cosas? ¿Qué quiere, solo votos o configurar una masa crítica para realizar un camino a más largo plazo cuyo objetivo prioritario e irrenunciable es un profundo cambio social y político para Euskal Herria? Y siempre quiero contestarme lo mismo: busca cuantos más votos mejor dentro de una estrategia a más largo plazo. Porque, claro, continúo haciendo acopio de razones para mi autoconvencimiento, pienso que si la izquierda abertzale hubiese querido solo los votos, tiempo ha tenido para cambiar, y si no lo ha hecho antes ha sido -más allá de otras consideraciones, no menores, como la existencia de la violencia de raíz política- porque creía que había que luchar por un nuevo marco jurídico-político-social. Es tanto como decir que -valga el ejemplo futbolístico- si lo que queríamos era celebrar títulos, era mucho más simple: bastaba con cambiar de colores -de chaqueta, se ha llamado toda la vida- y habernos hecho del Madrid, del Barcelona o de la Selección española; y, sin embargo, hemos seguido fieles al Alavés, al Athletic, a la Real, al Osasuna o a la Selección de Euskal Herria. A pesar de todo y pese a todo, incluidas no pocas contradicciones, también internas y personales, seguimos siendo coherentes.

En mi opinión, todo parte de la coherencia política e ideológica; principio que luego es el que provoca que una candidata o un programa sean creíbles y obtengan la confianza -el voto- de la gente. Sin duda, coherencia, credibilidad y confianza son las claves del éxito, por supuesto, también del electoral. Lo contrario es la incoherencia. E incoherencia es confundir un nuevo ciclo político con decir amén al viejo sistema establecido, esperando que los que ahora te acogen en el club y un día -cuando les dé la gana- te traten, casi, como si fueras uno de los suyos, te dejen gratis et amore desmontarles el chiringuito. Como decía Groucho Marx, «nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo».

No nos engañemos, el nuevo ciclo político también va a exigir grandes dosis de coherencia para acertar con el camino a seguir; porque ya se nos están abriendo dos puertas: la primera lleva hacia un nuevo marco jurídico-político y social basado en el respeto a la decisión de las vascas y los vascos; y la segunda, con el mismo escaparate y más barato, conduce a acomodaticias conquistas políticas o de gestión y poder, pero siempre dentro del actual status quo. Y la elección no va a ser fácil, porque los cantos de sirena son atronadores en la seducción y hasta al más resistente de los marineros le pueden llevar al acantilado. Y ahí, nuevamente, la coherencia política es el mejor antídoto.

Estoy convencido de que EH Bildu puede ganar las elecciones -y si no las gana, tampoco se acaba el mundo-, y lo puede hacer sin renunciar a la lucha ideológica. O, como recientemente ha expresado con gran tino Antton Morcillo («Tiempo de rebeldía», GARA, 2 de septiembre), se puede ser coherente sin por ello dejar de ser pragmático. Yo iría más allá: en la acción política y en la elaboración de propuestas se tiene que ser ambas cosas: coherente y pragmático. Lo mismo que se puede apostar por una gestión encaminada al cambio en profundidad de las cosas -gradual y respetuoso con las mayorías y las minorías que se formen, pero firme en los principios- sin necesidad de que, por un cierto mimetismo o contagio de hiperrea- lismo mal entendido, haya que olvidarse de todo -también de la coherencia política e ideológica- para continuar gestionando «técnicamente» las instituciones bajo las mismas pautas establecidas. Nadie dijo que fuese a ser fácil, pero hay que hacer camino.

En estos tiempos de crisis económica, financiera y, por qué no decirlo, también social y política, más que nunca se necesita coherencia. Coherencia política. Lo que está desprestigiado no es la política, o las ideologías o la gestión de lo público, sino una forma de hacer política o una forma de gestionar desde la corrupción y el amiguismo. Y el nuevo ciclo político que se abre en Euskal Herria -y la crisis- nos da la oportunidad de poner los mimbres para un cambio social y político con mayúsculas. Recordemos cuáles han sido siempre nuestros objetivos estratégicos. Seguro que no pasaban por un «quítate tú para ponerme yo». El presente no nos obliga a cambiar de objetivos, nos obliga a cambiar de herramientas de lucha y a pasar la página de la lucha armada. ¡Ojalá hubiésemos dado el paso antes! Pero, sin embargo, aquí y ahora conceptos como lucha ideológica, movilización, desobediencia civil o confrontación democrática -civil y republicana-, junto a la lucha electoral, adquieren más que nunca un gran valor.

Alguien dirá que somos utópicos y maximalistas por reclamar la soberanía (la independencia) y el cambio social, pero ¿quién es capaz de negar que alcanzar nuestra utopía no está hoy más cerca que ayer? Nos bombardean con... «el debate identitario no toca ahora; no hay forma de derrotar al capitalismo; algún tipo de ajuste es necesario porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; es lo que hay y toca apechugar...». Y, poco a poco, nos lo vamos creyendo. ¡Que se lo digan a los desahuciados, a los desempleados, a los jóvenes sin futuro!

El reto, a mi modo de ver, es, desde la coherencia política, dar respuesta a las demandas planteadas con propuestas realistas. Y las elecciones deben servir también para esto. Si se oculta aquello por lo que hemos luchado, si no creemos nosotros y nosotras en la que ha sido nuestra coherencia política, ¿cómo vamos a pretender que otras personas se sumen a nuestro proyecto?

El voto, como la voluntad del votante, es cambiante y, por lo tanto, también efímero. Sin embargo la coherencia, no; perdura. La Izquierda abertzale cometería un grave error si huyese de la coherencia para esconderse detrás de un pragmatismo buenista y complaciente. O si dijese -otra vez cito a Groucho Marx- «Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros».

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