Todo lo que no es biología, es cultura. La emancipación del ser humano de la dictadura de la naturaleza y los designios totalitarios de los dioses. Al final de la escapada, cuando no hay probabilidad de mirar atrás sin ira y, delante, una luz delimita un espejismo repleto de intangibles. Codificada, en estado salvaje, a base de pactos interclasistas o como lenguaje institucional, la cultura siempre dibuja una noción de la humanidad cuando la pasión es un fundamento y, la inercia, una herrumbrosa herencia.

Una experiencia que debe afectar a cada uno de los que decidan hacer de su tiempo un espacio para que la vida suceda acompañada de sensaciones, emociones, sentimientos y pasiones. La vacuna contra la alienación y el uniformismo. Allá donde uno entra dudando y sale convertido en una duda que alimenta la existencia y el paréntesis. La que no sabe si se puede vivir en palíndromo o es posible teclear el piano a dos manos haciendo las escalas en sentido contrario. La vida que vale la pena vivirse. La que apuesta siempre a verso ganador. La que baila con el más bello de los desfibriladores de inhibiciones inducidas por los cánones arbitrarios del mercadeo de cultura asfixiada por los condicionantes contables. Un retruécano para aventurar una hipótesis de relato circular. En la periferia del sistema para llegar a una tierra prometida de seres libres, sin reglamentos ni leyes.

Reformar es maquillar la ruina. Hay que inventar, ir más allá de lo conocido. Abrir una nueva era cultural sin estratificaciones administrativas. Todo el dinero para la reforestación cultural. Olvidemos el pasado mayestático de contenedores. Ultimemos el futuro pasional de los contenidos.