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CRíTICA: «The Possession»

Exorcismo judío con los demonios del Holocausto

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Mikel INSAUSTI

Se van a cumplir pronto los cuarenta años del estreno de «El exorcista», una película de William Friedkin impulsora del subgénero que dentro del cine de terror apenas ha cambiado en todo este tiempo. Sam Raimi lo sabe muy bien, por lo que en sus producciones nunca intenta revolucionar algo que en el fondo su público fiel no desea que cambie, así que prefiere introducir pequeños toques innovadores, con tal de que siempre no sea exactamente lo mismo.

En «The Possession», la novedad consiste en sustituir el acostumbrado ritual católico por otro judío y, en vez de curas cargados de agua bendita, tenemos a rabinos que practican exorcismos en hebreo. El argumento también va en consonancia, porque la etiqueta «basada en hechos reales» se aplica a la adquisición de una misteriosa caja en e-bay, cuya dueña resultó ser una anciana judía de 103 años que había sobrevivido al Holocausto. Al pasar a la ficción, el objeto sale a la venta en un mercadillo vecinal, ya que queda más cinematográfico que las subastas de internet. La compradora es una niña que al abrir la caja liberará un dibbuk, una entidad diabólica según la tradición hebrea.

Es el padre de la niña, interpretado por Jeffrey Dean Morgan, sobre quien recae una gran responsabilidad, debido a que está divorciado y disfrutaba de su turno en la custodia compartida cuando empezó la pesadilla doméstica, con plagas incluidas, sobre todo de polillas. El hombre, en vista de que la ciencia nada puede ante la casuística sobrenatural, acude a la fe del dios de Israel. Menos mal que encontrará la ayuda del joven rabino Tzadok, a quien da vida en una divertida caracterización el cantante Matisyahu, que no necesita desprenderse de su habitual indumentaria para el papel. No es su profética música jamaicana lo que suena en la banda sonora, sino una partitura de Anton Sanko que contiene un tema principal bastante inquietante. Pero, como ya es habitual en este tipo de películas, se abusa del volúmen en el montaje, y los golpes sonoros, por repetitivos, dejan de sorprender al final. Se abusa de eso, y de los planos cenitales.

 

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