Libertad de expresión, ¿a cualquier precio?
La película antiislámica «La inocencia de los musulmanes», entre otras calumnias, representa a Mahoma como un pedófilo, al Islam como religión que justifica esa práctica y a sus seguidores como torturadores que masacran a la gente. Con ese cínico título, lleno de burla y desprecio, ha inflamado los ánimos y ha desatado la furia en todo el mundo islámico con protestas que ya se han cobrado las vidas de decenas de personas, entre ellas la del embajador de EEUU en Libia. Para muchos musulmanes, pocas veces habrá sido el Islam tan brutalmente vilipendiado. Esta trágica situación se ha convertido ya en munición de campaña electoral en EEUU, ha propulsado los extremismos de todos los colores y ha generado una profunda crisis con daños políticos de difícil reparación. Los sembradores de odio que idearon y financiaron esta ofensa han conseguido lo que buscaban, querían ver fluir la sangre que ahora fluye.
Toda esta reprobable maniobra, que nada tiene de casual, plantea una cuestión que afecta a libertades fundamentales. ¿La libertad de conciencia, de expresarla sin límites, debe ser protegida a cualquier precio? ¿Tener libertad para pensar, decir o hacer lo que uno quiera lo exime de las responsabilidades de sus acciones? Muchos musulmanes creen que defender la libertad de expresarse del cineasta, sin amenaza alguna de castigo, equivale a la aprobación de su mensaje. ¿Es legítimo proteger y castigar la expresión de opiniones tan viles?
Los límites de la libertad en el mundo real son difusos e inexplorados. Pero en ningún caso la blasfemia y la difamación de religiones puede significar la supresión de la libertad de expresión o de conciencia, la protección por sistema de la fe mayoritaria, sea cristiana, judía o islámica, o el castigo de las minorías nacionales y religiosas, de las religiones preislámicas o de aquellos que defienden el agnosticismo o el ateísmo. Los creyentes de otras confesiones -o de la no-fe- tienen todo el derecho del mundo a cuestionar la existencia de Dios. Y a expresarlo en libertad. Es un derecho básico irrenunciable.