Belén MARTÍNEZ Analista social
¿Límites a la libertad de expresión? (II)
A pesar de que «Barrura begiratzeko leihoak» (Ventanas al interior) y «Memorias de un conspirador» no están dentro de las películas seleccionadas en la sección Zinemira, no creo que J.L. Rebordinos sea un censor investido de autoridad moral para decidir qué debe proyectarse o no en el festival. Si de verdad pensara que el director de Zinemaldia es el responsable de la situación creada, no acudiría a ver ninguna película de esta edición y exigiría su dimisión.
No considero que «Ventanas al interior» sea un ultraje para las «víctimas de terrorismo», como lo da a entender Carlos Urquijo, delegado del Gobierno español en el País Vasco. Para mí, son cinco historias, mínimas e intensas a la vez, sobre el arraigo. El arraigo como lo entendía Simone Weil. Cinco personas enraizadas, «por su participación [...] en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos para el futuro».
En 1998, siendo presidente del Gobierno español, José María Aznar anunciaba: «He querido que los ciudadanos supieran y tengan muy claro que el Gobierno, y yo personalmente, he autorizado contactos con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación». ¿Debería ser juzgado por estos propósitos?
La libertad de expresión es una de las condiciones necesarias de la legitimidad democrática. Quienes crean, interpretan, exponen o difunden sus puntos de vista, mediante el uso público de la razón, contribuyen al intercambio de ideas y opiniones indispensable en una sociedad democrática. No puede existir una única verdad oficial indiscutible sobre el conflicto y sus consecuencias.