El independentismo marca la agenda política en un otoño crítico para el Estado español
Después de un verano muy seco y cálido, vivimos las primeras horas de un otoño que se prevé tempestuoso, no solo en lo meteorológico. El inminente rescate de la economía española mantiene en vilo a todas aquellas personas que se verán perjudicadas por los recortes y reformas que acompañarán a la intervención, es decir, la práctica totalidad de la ciudadanía, y la huelga general del próximo miércoles en Hego Euskal Herria puede ser un jalón en un fin de año lleno de movilizaciones. Y en el ámbito político, Madrid deberá lidiar con el desgaste que le acarreará verse a merced de agentes externos como el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, mientras hace frente a las demandas de una mayor soberanía, o de soberanía plena, que le llegan desde las naciones que aun a su pesar siguen formando parte de la arquitectura institucional del Estado.
Porque cuando todos miraban a Europa, el independentismo -el catalán, en particular- ha logrado fijar la agenda. El tiempo transcurrido desde la explosión de sentimientos que supuso hace doce días la Diada no ha atemperado las reivindicaciones independentistas de la sociedad catalana, no se ha producido la «resaca» que auguraban algunos columnistas, y la semana que hoy concluye ha servido para constatar que la exigencia de un estado libre está fuertemente asentada en la nación mediterránea. En este sentido, el portazo de Mariano Rajoy a Artur Mas y la esperpéntica carta de Juan Carlos de Borbón muestran tanta intransigencia como nerviosismo, y ambas juegan en contra de quienes pretenden mantener invariable el estatus de Catalunya.
Por insólita, la respuesta más llamativa que desde los poderes del Estado se ha dado a las legítimas reivindicaciones de la sociedad catalana ha sido la misiva firmada por el monarca español, cuyo eco ha llegado incluso hasta el editorial del «Financial Times», muy crítico, por cierto. Cuando cientos de miles de personas desbordan las calles de Barcelona, que el Jefe de Estado entre en el debate político descalificando la voluntad popular es un claro síntoma de descomposición. Sostiene el rey en su carta que el deseo de independencia mostrado por el cuerpo social de Catalunya es una «quimera», sin caer en la cuenta de que lo que es realmente quimérico en pleno siglo XXI es querer mantener sojuzgada a una nación de forma indefinida. A la sociedad catalana le queda camino por recorrer, y todavía tiene que definir el reflejo político de la enorme movilización popular a la que hemos asistido, pero si la demanda de independencia se muestra mayoritaria y estable en el tiempo, no hay nadie que pueda impedir que acabe plasmándose, por muchas baladronadas que lleguen desde Madrid.
En todo caso, está por ver qué cauce sigue la riada independentista. Por el momento, Artur Mas ha sabido subirse a la ola y, tras la negativa del PP al pacto fiscal, es probable que convoque elecciones anticipadas. El líder de CiU, que ha aplicado durísimos ajustes en la administración pública y ha sido objeto de duras críticas, podría rentabilizar ahora la efervescencia que se vive en su país. Que el president no utilice la movilización popular para su propio interés partidista es una de las tareas que aguardan a los agentes sociales de Catalunya.
En vísperas de elecciones
En cualquier caso, antes que en Catalunya se van a celebrar comicios en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, y es de esperar que los focos que hoy apuntan a Barcelona vuelvan a fijarse en este pueblo. Mirarán, sobre todo, a los resultados que obtenga EH Bildu, una coalición que aspira a aglutinar el voto de todas aquellas personas que anhelan ver una Euskal Herria soberana. Por más que le pese a algún candidato, incómodo ante el espejo catalán, el debate sobre la independencia también se ha hecho hueco en la precampaña. Y lo ha hecho, además, de la mano de la economía y de la necesidad compartida cada vez por más gente de articular un modelo opuesto al que nos ha conducido a una situación que se vive de forma dramática en miles y miles de hogares vascos.
A los motivos históricos, culturales, ideológicos y afectivos que han impulsado el movimiento independentista, se le ha sumado con fuerza la razón económica. Hoy es fácil de entender, y de compartir, que solo desde la plena soberanía es posible construir una alternativa, y que esta es imposible bajo la tutela de los estados. Por este motivo, y porque la deriva autoritaria de las instituciones españolas ha llevado a muchos ciudadanos y ciudadanas vascas a plantarse, la independencia es también un valor al alza en nuestro país.
Hasta el punto de que, tal como indica Arnaldo Otegi hoy en estas páginas, el independentismo de izquierdas tiene a su alcance ser mayoritario en las próximas elecciones. Si lo lograra, nuevas puertas se abrirían, como bien sabe la sociedad escocesa, que dio su confianza al SNP y ayer marchó sobre Edimburgo para anunciar que un nuevo estado está a punto de nacer. Hace unas semanas fue Quebec, ayer Catalunya... va siendo hora de que Euskal Herria se muestre ante el mundo.