Ayer fue curioso comenzar la mañana en manos de una singular «Blancanieves». Una película silente en la que el bilbaino Pablo Berger daba una lección de estilo e ingenio solo apta para mentes sin ningún tipo de prejuicios. Así traté de verla, cerrando bajo llave mis prejuicios entorno al mundo icónico del toreo y las folclóricas españolas. Confieso aquí que no me disgustó. Salí algo «perjudicada», pero pensando en que había visto un trabajo interesante. Tampoco puedo decir que «Argo» de Ben Affleck sea una película difícil de ver, más bien todo lo contrario, pero me aburren en exceso las «trampas» en los guiones, qué decir de los aplausos de la sala ante las afortunadas operaciones de la CIA... Afortunadamente llegaba Olivier Assayas para alegrarnos la tarde y mostrarnos un retrato humanístico, de esos que solo él sabe hacer. «Après Mai» habla de una generación idealizada y satanizada por igual, según quién y de qué modo se acerque hasta el universo de los jóvenes de mayo del 78. Las reflexiones artísticas y las políticas, las apuestas personales, los amores de juventud, Assayas elabora en su película recientemente premiada en Venecia un fiel retrato de aquella «revolución». De nuevo este digno heredero de lo mejor de la Nouvelle Vague vuelve a interesarse por el paso del tiempo, por las crisis y los cambios de valores que afrontan los seres humanos en el ámbito personal o colectivo. Y, aún así, nos deja libre el camino para que, como espectadores, veamos más allá de lo mostrado, completemos la(s) historia(s) que relata y disfrutemos. Porque «Après mai» es una de esas películas que se disfrutan.