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Contra

Carlos GIL | Analista cultural

Recortando la realidad, acabamos haciendo una cultura de recortables. El escaparate anuncia una idea predominante, imperial, que convierte el oropel en mensaje. A la contra de la necesidad histórica. Damos vueltas sobre el eje como los derviches y cuando queremos soltar el irrintzi nos falta el aire. De la mano de los eufemismos llegaremos al precipicio convencidos de que nos salvará la ilusión. Lenguaje de camuflaje para un safari de ideas y contenidos a los que se les dispara con carabinas de economía de mercado y conceptos de mercadillo cultural.

Contra la comercialización de la cultura tendremos que colocarnos desnudos en un desierto, como eremitas buscando la trascendencia más allá del convenio o de la limosna que antes llamaban subvención. Una conexión entre los dioses y los hombres, entre los que necesitan hacer música, teatro, danza, cuadros, esculturas, poesías al igual que respirar y los que entienden que las obras de esos hacedores compulsivos les interpelan, que son ellos, esos seres anónimos, que llamaremos feligreses o simplemente públicos, que complementan y terminan todo hecho cultural, aunque no lo firmen.

Cuando esa coyunda entre los emisores y los receptores de todo sueño artístico y cultural sea fértil, no habrá sicópata con tijeras o con orejeras que impida la libre creación y la libre circulación de los bienes culturales. Desbrocemos de medidas cautelares y burocráticas todos las sendas y proclamemos sin ambages una República de las Letras y las Artes. Contra la estulticia, el miedo y las coartadas mesiánicas imperantes. El inmovilismo es la marca de agua del continuismo que lleva sin remisión al suicidio.

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