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CRíTICA: «7 días en La Habana»

Perderse donde se perdió Hemingway

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Los filmes colectivos divididos en episodios son muy difíciles de conjuntar, motivo por el que casi siempre arrojan un balance irregular. Pero esa es una premisa con la que se cuenta de partida, y que se suele asumir, más aún, dentro de la reciente tendencia en torno a distintos retratos de una ciudad, promovida principalmente por «Paris je t'aime» y «New York I Love You». Yo soy de los que prefiero un único guía para visitar una metropolis a través de la pantalla, y si Woody Allen es quien hace de Cicerone, mucho mejor.

En «7 días en La Habana» se ha tratado de buscar cierta unidad o equilibrio entre las diferentes hitorias, por medio de la cordinación de los guiones a cargo del escritor cubano Leonardo Padura y su mujer Lucía López Coll. Y sí logran conectar algunos de los segmentos, mientras que otros son imposibles de integrar, dada la personalidad rupturista de cineastas como Gaspar Noé o Elia Suleiman, que prefieren ir por libre.

Por esa misma razón, la aportación del cineasta palestino ha de ser contemplada como una creación independiente. El Suleiman surrealista de la genial «Intervención divina» resurge con su capacidad para sorprender intacta, paseando por la capital cubana sin entender una palabra de lo que se habla en sus calles, apoyado sólo en la observación visual. No tiene la suerte de Oliver Stone a la hora de que le concedan una entrevista con Fidel Castro, quien nunca termina su discurso televisivo. Por su lado, Noé tampoco mete diálogos, haciendo partícipe al espectador de un trance sensorial santero, durante el exorcismo nocturno practicado a una joven negra a la que se quiere purificar y liberar de su homosexualidad.

Junto a estos dos experimentos, destaca la aportación del argentino Pablo Trapero, a la altura de su enorme talento cinematográfico. Es una hermosa historia de amistad protagonizada por el cineasta serbobosnio Emir Kusturica, quien acude al Festival de Cine de La Habana a recoger un premio a toda su carrera, trabando amistad con el chófer que le asignan, quien resulta ser un trompetista que le invita a una descarga o jam session.

 

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